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Siempre nos quedará París

Justicia perica. Los guerreros del Espanyol leyeron en la previa del encuentro un dato demoledor: los blanquiazules llevaban diez años sin ganar un partido al Madrid. Veinte duelos sin cantar victoria ante el ogro blanco. Eso les hizo saltar al césped de Cornellà sin buscar coartadas, enchufados, metidos en faena y con ganas de romper esa racha infame. El Madrid, para mantener ese buen rollo que siempre ha habido entre ambos clubes (sobre todo las aficiones), decidió ponérselo más fácil en ese empeño. Empezando por Zidane, empecinado en desterrar el sueño ingenuo que algunos madridistas teníamos: acabar la Liga con 90 puntos para ver qué pasaba. Zizou nos despertó con un nuevo descanso de Cristiano, al que veo tan fuerte y poderoso como hace cinco años. Empeñarse en tratarle como si estuviese en la recta final de su carrera me parece absurdo. A Messi nadie le dosifica en el Barça y juega hasta las pachangas con sus amigos. Y no le va mal. Cristiano se entrena jugando, pero Zidane ha optado por quitarnos a los madridistas el gustazo de verle defender el escudo con esa grandeza que le caracteriza. Sin Cristiano en el campo, modorra generalizada. Cuando no está el general, los tenientes se desmadran y la soldadesca acaba abandonando en mitad de la batalla. Sin Cristiano, el Madrid adquiere un perfil ramplón y funcionarial. El 0-0 les contentaba. No había rebeldía ni desazón en los gestos. El punto lo daban por bueno. Así nos fue. 1-0 y a casa. Nada que objetar. El Espanyol se lo mereció ante la pasividad irritante de su enemigo, obsesionado con París...

Gerard Moreno. Un nueve-nueve. Deslumbrante. Ya en el primer tiempo obligó a Keylor a sacarle un mano a mano con la pierna de forma prodigiosa. Y después marcó un gol legal invalidado por el linier con un fuera de juego inexistente. El candidato a jugar con la España de Lopetegui (para mí, se merece una oportunidad), insistió en el segundo tiempo y no paró hasta comprar el Premio Gordo de la Lotería. Su gol en el minuto 93 castigó la indolencia de un Madrid entregado y sin recursos.

Corazón partido. Hasta Cornellà se fue mi tocayo Tomás, presidente de la Agrupación Madridista de Montcada i Reixac. Merengue hasta las trancas, como los peñistas llegados de Viladecans, El Prat o mi amigo Isidre de Andorra. Todos muy decepcionados. Pero mi tocayo Tomás llegó acompañado de su hijo Álvaro, gran perico. El chaval llevaba su camiseta de Gerard Moreno. Me lo confesó tras la dura derrota: “Roncero, sólo por ver la ilusión de mi hijo doy por bueno perder”. El fútbol es ilusión. Toda fue de los pericos.

Quini se nos fue. El berrinche por el fiasco de Cornellà se convirtió en disgusto terrible cuando los teletipos contaron que Quini se nos había ido para siempre. De crío aprendí que se puede ser delantero centro, pegarse con las defensas rivales y mantener un pulso noble y limpio. Eso hacía Quini y me lo confirmó otra leyenda como Pirri en conversación telefónica. Quini era un caballero en el amplio sentido de la palabra. Dentro y fuera del campo. Con aquel Sporting de Joaquín, Churruca y Enzo Ferrero casi nos arrebatan un par de Ligas. Era un delantero centro puro, que se levantaba siempre ante las adversidades. Recuerdo que en una tarde mágica de radio (¡el Carrusel de los años 70!) García Remón le paró dos penaltis. Quini, un señor, felicitó a Mariano y al partido siguiente recuperó su idilio con el gol. ¡Hasta siempre Brujo!

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