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Llorar a un ídolo (Gracias, Freddy)

Freddy Rincón celebra el gol a Alemania en Italia 90. GETTY IMAGES
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Freddy Rincón celebra el gol a Alemania en Italia 90. GETTY IMAGES

11:33 p.m., 13 de abril. La cabeza está a punto de estallar. Un dolor punzante que se mezcla con esa presión en el pecho que hace inocultable la tristeza. Freddy Eusebio Rincón ha muerto y el aire se hace escaso mientras el médico Laureano Quintero revela la noticia. Se fue un ídolo y lo confirma un dolor incontrolable que nace del recuerdo de otros tiempos, de una deuda que será imposible saldar.

Freddy Rincón fue uno de los más grandes futbolistas de la historia de Colombia. Un jugador de condiciones técnicas, físicas y emocionales fuera de la norma. Con la pelota en los pies demostró que las leyendas están por encima de cualquier rivalidad e invitan a aplaudir aunque lleven otra camiseta. Fue un mediocampista fuera del contexto de la época. Coloso.

Nació en Buenaventura, uno de esos lugares en los que hay que rebelarse al destino, y representó eso que quisimos ser. Su gol frente a Alemania -en Italia 90- fue la materialización de una idea de nación representada en una manera de jugar y vivir el fútbol que confrontaba la imagen del país en años en los que la violencia del narcotráfico era la única referencia. En segundos convirtió una derrota en alegría eterna.

Creo que esa jugada fue mi primer encuentro consiente con el fútbol, aunque seguramente el poder del mito le sumó detalles al recuerdo. He visto el video decenas de veces y la sensación siempre es la misma: cada toque a la pelota es un acto de convicción y el gol, la reivindicación a la lealtad a esa idea. Un ejercicio de justicia, como lo describió Francisco Maturana. Justicia. El fútbol nivelando el universo.

¿Por qué duele la muerte de un ídolo? Porque además de la construcción colectiva de identidad en torno a la Selección, cada uno de nosotros lo tiene incorporado en los recuerdos íntimos… la habitación en la que lo vimos, las personas con las que nos abrazamos, la emoción de nuestros padres o abuelos. Es parte de nuestra vida, de lo que somos. Decir adiós inevitablemente nos lleva a pensar en otros finales. Duele despedirse.

Gracias, Freddy. Imposible no llorar si tantas veces estuviste en nuestra casa.