El Mundial de las rayas y los círculos
Citius, altius, fortius” reza el principal lema olímpico. El más rápido, el más alto, el más fuerte es el mejor. No en fútbol, ese juego mágico, imprevisible, traicionero como ningún otro. Aquí el mejor no es ni el más rápido, ni el más fuerte ni el más alto. No en la mayoría de las veces, al menos. Pensemos en Cruyff, en Law, en Messi, en Simonsen, en Paolo Rossi, en Baggio, en Zidane. Me dejo muchos. Todos ganaron el Balón de Oro sin cumplir las tres reglas. En Maradona, que no encadenó Balones de Oro por cuestión del reglamento. El fútbol es así de hermoso, así de complejo aunque Francia y este Mundial se han empeñado en mostrar lo contrario. Una Copa del Mundo en la que a menudo el juego fue por un lado y la estrategia a balón parado por otro. Cuando lo segundo supera a lo primero esto se convierte en una moneda al aire muchas veces, demasiadas. Esa sensación tuve en muchos momentos durante el Mundial y no sólo con Inglaterra, especialista en ello hasta el extremo. No tanto con Francia, que ejecutó de maravilla lo que pretendía, guste o no y lo digo de antemano. A mí no mucho, también es cierto. Pero su triunfo no es casual y eso quiero dejarlo claro.
Un torneo con poco talento individual y mucho juego colectivo. Pizarra, pura estrategia, una especie de fútbol probeta magnífico para el análisis posterior con pizarras repletas de círculos y rayas pero difícil de digerir. Un Mundial para disfrute del profesor Bacterio. También del magnífico invento del VAR, que merecerá un artículo aparte. Echemos la vista atrás ahora porque con el paso del tiempo quedará mucho menos en la retina. Algunos momentos de Bélgica sobre todo por la aparición de un nuevo actor en el tablero, aquel partido de cuartos ante Brasil, el Portugal-España, la Croacia siempre capaz de salir adelante, Perú y Marruecos que propusieron mucho y no obtuvieron nada. También momentos inolvidables de la México de Osorio. Nadie dominó con verdadera autoridad, tampoco esta Francia pragmática y sobre la que volveré. Más torneo de batacazos sonados como los de Alemania, España o Argentina que de equipos que perdurarán en el recuerdo. Más de fracasos individuales con Messi a la cabeza. Salvo tramos de Modric y Rakitic no hubo centrocampistas que gobernasen el juego. Y no me refiero a los Coutinho, Hazard, Griezmann o De Bruyne, decisivos en los últimos treinta metros. Ha sido el Mundial de los actores de reparto. El fútbol camina hacia otra cosa y así que hay que asumirlo.
Deschamps renunció desde la propia convocatoria a dominar los partidos con la pelota y ganó el Mundial. Dominó, sí, otras facetas que le encumbraron. Salida con espacios, dominio en el área propia. Todo el mérito pero espero que no marque tendencia. Francia había ganado el Mundial Sub-20 de 2013 en Turquía con Pogba y Kondogbia en el medio. Músculo y verticalidad al servicio del equipo. No fue un título muy festejado en Francia y el equipo fue sometido por Uruguay en la final. El portero Areola fue el héroe y Pogba marcó uno de los penaltis en la tanda tras un empate a cero. Un título sin brillo. Cinco años después Francia repitió éxito a lo grande. Sin Kondogbia pero con Matuidi, con Pogba a su lado y Kanté detrás. El tipo de futbolista elegido define la intención del técnico y Deschamps lo tuvo claro desde el principio. Poco balón y mucha verticalidad. Y modificó el equipo que inició el Mundial con Dembélé en costado para meter a Giroud. Él, Giroud, un delantero centro campeón del mundo sin disparar entre los tres palos ni una vez. Francia jugó el Mundial 82 con Tigana, Genghini, Platini y Giresse en el mediocampo. Ni había tenido ni tendrá tanta concentración de talento. Daba gusto ver jugar a aquel equipo pero el propio Giresse reconoció a Fiebre Maldini en una entrevista hace unos años que les faltó pragmatismo en aquella semifinal de 1982 ante Alemania. No dejaron de divertir y perdieron. No fueron campeones pero aquella Francia es admirada, respetada e idolatrada.
Tampoco esta Inglaterra del balón parado soporta comparación con la de Waddle, Barnes, Gascoigne o Beardsley que rozó la final en 1990. Y ni hablemos de la Brasil de los cinco dieces de 1970 o de la de 1982 con Sócrates, Falcao, Junior, Zico o Cerezo. En realidad el brindis al sol de Tite de retrasar a Coutinho para que Brasil no calcase el estilo de su Corinthians campeón del mundo le funcionó a medias. Brasil mejoró, y por el fútbol desplegado hubiese sido la gran amenaza para Francia. Mucha más que Bélgica o Croacia, en realidad. La elección de Modric como futbolista del torneo sirve para cerrar este artículo como lo empecé. Ni es el más rápido, ni el más alto ni el más fuerte. Como diría Eduardo Galeano fue la esperanza del mendigo del buen fútbol, de quien va por ahí suplicando por una buena jugadita, por el amor de Dios. Francia es la campeona pero confiemos en que en la retina de los niños perdure más Modric que Pogba.