El tercer tiempo
Fracasar mejor
Una de las frases más simbólicas de la literatura desgarrada de Samuel Becket, aficionado al ciclismo al que el desafortunado ciclista Godot inspiró el título de su obra más famosa, incita a “fracasar, a fracasar más, a fracasar mejor”. Sirve para remitirnos al reciente fracaso de la Selección española en el Mundial de fútbol. Se puede fracasar de muchas maneras, y muchas de ellas constituyen fracasos nobles, caídas de las que te puedes levantar con dignidad y esperanza de ser mejor para tener mejor fortuna. Pero España, en el fútbol absoluto, no pudo fracasar peor. Pues no fracasó solo en el campo.
Desorden civil
El de España fue un fracaso que tuvo antecedentes que constituyen en sí mismo una expresión de desorden civil, de falta de respeto por los procedimientos inexcusables en cualquier actividad relacionada con las expectativas de la sociedad. La Selección tiene un historial que levanta expectativas de nobleza o triunfo en la sociedad (no sólo futbolística). Acudió a Rusia nimbada de esa categoría representativa. Y cuando estuvo allí, uno de sus más conspicuos integrantes, el seleccionador Julen Lopetegui, se bajó del barco en circunstancias marxistas (de los hermanos Marx).
Culpa del cha cha cha
Como fueron Florentino Pérez y el Real Madrid los que movieron la voluntad del seleccionador para protagonizar esa huida tácita de la responsabilidad a la que se había comprometido, parte importante de la sociedad española (periodística, deportiva, política) se entretuvo en repartir culpas. Como si fuera la Selección la que se comprometió con el Madrid y no tuviera nada que ver Lopetegui. Es evidente que ante una situación así, un entrenador se compromete en pleno vuelo con otro, todo se convierte en un lío monumental del que se aprovechan sobre todo los hipócritas. Así que se dejó caer que la culpa fue del cha cha cha y todos tan contentos.
Un mal día
Para Lopetegui aquello constituyó “un mal día”, el peor desde la muerte de su ser más querido. Pero su amor al Madrid, sin duda sobrevenido por la emoción del instante, le hizo decir que el de su presentación fue de inmediato su “día más feliz”. Luego se hizo el silencio, Lopetegui se dedicó a pensar en el club que lo ponía contento y la Selección empezó a penar a su aire (y al aire de Hierro, pero también al aire de la Selección hecha por Lopetegui) en las procelosas mareas del orden futbolístico mundial. Desde el primer suspiro hasta el último, ese paso de la excampeona fue una catástrofe.
Cristales rotos
Fue un fracaso de la actitud ante la competición y ante el fútbol. Han trascendido desganas en el vestuario; pero ahí da igual que se desganen estos jugadores, algunos de los cuales tienen el compromiso que da la veteranía. Lo peor no ocurrió tan solo en el campo, sino cuando acabaron los partidos, y cuando ya no hubo más y la Selección regresó a las veredas del futuro, vacaciones incluidas. Algunos futbolistas mostraron su contrición, pero Hierro y hasta autoridades políticas destacaron, tras el fracaso, tras los cristales rotos, “el esfuerzo de los muchachos”. Cristales rotos, fútbol sin alma.
Hablará Luis Enrique
No hubo esfuerzo, hubo desgana. Esfuerzo el de los japoneses, los coreanos, los mexicanos, los belgas, los uruguayos… La Selección jugó como si no hubiera inventado el fútbol, y su final de juego avergüenza. Los alemanes volvieron a su país dando la cara. Los suecos recibieron en el campo de la derrota el abrazo de su entrenador, por el esfuerzo. La “gallarda España” de otras épocas regresó a su país por la puerta de atrás, se escondió de los aficionados y de la prensa, y siguió su camino en pos de las vacaciones, agradecimiento que les da la vida por su ausencia de pundonor. Lopetegui calla. Ya hablará. O, más bien, ya hablará Luis Enrique.