¡Qué manera de perder!
Pudo haber perdido como el Celta ante el Madrid (véase lo que escribo en la última de As hoy), pudo haber empatado y perdió a la heroica, tratando de salvar la desvergüenza de sus numerosos minutos basura, cuando dejó que el Levante le pusiera al borde de una humillación de la que lo libró Coutinho, el único que, con Piqué y Busquets, salvó la dignidad del juego que el Barça ha hecho a lo largo de una temporada eficaz y regular. Este partido afea esa trayectoria y, sobre todo, pone en cuestión la capacidad del Barcelona para jugar sin Messi, cuya presencia ordena y estimula a futbolistas cuyas desigualdades o carencias se manifiestan cuando no está en el campo esa potencia única en el fútbol mundial y, sobre todo, en el esquema del Barça.
La cara llena de preocupación y melancolía de Ernesto Valverde es mucho más que la expresión de un fracaso provisional, es la imagen triste de un cabreo que esconde decisiones que quizá le resulte amargo verbalizar ahora.