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Tercer tiempo

Manos canarias

Aquí disimulo mi pasión futbolística. Pero no les importará a los lectores mi franqueza: soy del baloncesto canario, quiero siempre que ganen los canarios que juegan con las manos. Porque allí, en Tenerife y en Gran Canaria, siempre hubo una noble pasión por el baloncesto, gracias a la cual se supo que el deporte no era obligatoriamente malencarado, como en el fútbol. Y vi las semifinales deseando los respectivos triunfos isleños sobre tremendos adversarios. Hubo nobleza, pero hubo derrotas. Y también hubo una extraordinaria final, que ganó el Barça al Madrid en una batalla espectacular decidida en el último instante.

Maneras de perder

Hay en el baloncesto algo de educación superior. Los jugadores están muy cerca, los adversarios son como gemelos, se interrumpen, aceptan de buen grado ser reprendidos por el árbitro. La calidad se abre paso naturalmente, a no ser que un equipo superior tenga la pájara. No hay malos gestos. Vengo del fútbol (y el sábado venía del fútbol), donde hay malas caras, insultos, expulsiones, y me siento extraño ante tanto caballero. El baloncesto es otra cosa, claro, pero ya el fútbol podría aprender de esa elegancia. Me dieron tristeza las derrotas, me alegró observar la salud mental del baloncesto.

Voz de la tierra

Y ya que estamos en la tierra, desilusión futbolística: se cae el Depor de Seedorf, pero la UD Las Palmas cae ante el Sevilla y vuelta a empezar. El Málaga se hace ilusiones pero el Valencia conserva lo que tiene. El Eibar se empeña pero no consigue batir al Barça, que muestra sus costuras. El Alavés de Abelardo tiene a Munir, empeñado en decirle al Barça que se equivocó cediéndolo. El fútbol del sábado fue de voces diferentes: los de abajo se mueven con desigual fortuna. El pescado no se ha vendido del todo, tampoco en mi tierra, donde el pescado de la UD está en un difícil remojo.

Vuelta de Seedorf

Seedorf le da al Depor cierto glamour, pero el equipo está desvaído. El regreso de este fantástico creador de juego, que tanto hizo en el Madrid, es una buena noticia para LaLiga. Igual que ha sido buena noticia para LaLiga lo que le pasó al Madrid de Zidane (otro gran creador de juego) ante el PSG. El equipo francés vino a dar lecciones, y no dio sino una: desde la arrogancia no se logra sino posponer la calidad. Ese trío de delanteros parece convocado por lo infalible. Y aquí, en el fútbol, no es infalible ni el árbitro, ya se sabe. Vale más la constancia, no rendirse, seguir aunque por encima pase un tanque.

Triunfo de Zidane

Cuando Marcelo marcó el tercer gol se hizo el sol en la casa blanca, y donde mejor se reflejó fue en la calva de Zidane. El jugador se arrodilló ante él y el entrenador hizo lo propio, y ahí se vio que su calva es tan reluciente como su alegría. Ha sufrido este hombre hasta la saciedad, y lo ha hecho con buen estilo. Y con buen estilo vio cómo su equipo lo reivindicaba. Me fijé en Neymar, en Emery. El brasileño ni siente ni padece, hay en él algo de cínico que prefiere que acabe el partido, está en otra cosa. Emery sufre, y su mente también sufre. Si no, no le hubiera echado la culpa al árbitro.

Las manos del fútbol

Canta Raimon: “Del hombre miro siempre las manos”. Fundamentales en el baloncesto, peligrosas en el fútbol, excepto en portería. Oblak es un genio. Simeone también lo es, con las manos. Ese concierto de dedos sonó cuando parecía que el Atlético olvidaba que era perseguidor del Barça. Y se agitaron con euforia cuando la grada tenía que rendirse al juego de Griezmann y compañía, que recuperaron la estética ante un asombrado Athletic. Sombra de lo que fue, el equipo de Ziganda se debate entre el ser y el no ser y ahora juega en esta última banda