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FÚTBOL COLOMBIANO

Los Castañeda, recorrido que inicia en la plaza de mercado

Eder y su padre, Robinson, son inseparables. ‘El viejo’, quien fue dirigido por Reinaldo Rueda en un equipo amateur, lo acompaña a todos los entrenamientos.

Eder Castañeda es uno de los defensas revelación este año en Colombia.

“Recogiendo tomates sé que un día progresaré”, repetía Robinson Castañeda y su hijo Eder, durante las sofocantes jornadas de trabajo al destajo en la galería Santa Elena, en Cali. La rutina, era el equivalente al sustento diario; significaba la prueba de resistencia que por momentos brindaba espacio para avizorar un mañana menos complejo; para soñar con que el pequeño Eder llegaría a jugar en el fútbol profesional; una meta a la que no pudo arribar su padre.

Robinson fue dirigido por Reinaldo Rueda en el equipo de la entonces empresa Telecom. Compartió equipo con Harbey Arango, el padre de los futbolistas Johan y Paulo César. Con la Selección Valle, fue compañero del ‘Checho’ Angulo, Hugo ‘Pitillo’ Valencia, Wilman Conde, Gonzalo Sánchez, Javier Solarte, entre otros jugadores. Recuerda que inició con el equipo Hernando Ángel, en 1976. Siempre jugó como delantero, hasta que en un partido, chocó con un arquero, quien le rompió la tibia y el peroné, y con la lesión, murió la ilusión.

Venezuela fue su destino. En el vecino país, trabajó en una ensambladora de carrocería, y de regreso a Colombia, en Cúcuta, conoció a quien posteriormente sería la madre de Eder y de Jennifer, la tercera de sus cuatro hijos. El arribo a Cali estuvo plagado de vicisitudes. “Llegamos a vivir al barrio Alfonso López y en una cama, dormíamos, Eder la mamá y yo”, recuerda Robinson, quien pese a las precariedades, a su poco remunerado trabajo, no desfalleció en el esfuerzo de acompañar la carrera del ‘Negro’, como le llaman a Eder en su casa.

“Fue duro. No había ni para el transporte, entonces, tocaba pedirle el favor a los de la Papagayo -empresa de buses- que dejaran pasar a Eder por debajo o por encima de la registradora, y llegábamos dormidos al entreno, el recorrido era muy largo. A veces probábamos la comida”, continuó rebobinando Robinson, al tiempo que sostiene que la condición económica se estabilizó, cuando logró un empleó como inspector de la entonces empresa de buses Recreativo, y posteriormente, gracias al conocimiento con Hernando Ángel, fue contratado para trabajar en el mantenimiento de las canchas y la piscina, en la tradicional sede deportiva La Candela.

Allí, a La Candela, la que fue por muchos años la sede del Boca Junior caleño, se mudó Robinson junto a su familia. Entonces, Eder, quien inició como delantero con las categorías menores del América desde los 8 años de edad, pasó a jugar con el fecundo Boca. Fue cuando la ilusión estuvo más cercana a la realidad. “Eder fue promovido a jugar con el Centauros, y ‘el Pecoso’ Castro fue a mirar a un defensa central que le gustaba, para llevarlo al Quindío, pero eligió a Eder. Vivimos muy agradecidos con ‘el Pecoso’, porque le dio a Eder la oportunidad de debutar en la profesional (2011)”, sostiene Robinson.

Hoy, cuando Eder es un jugador consolidado, luego de seis años jugando en el balompié profesional (Quindío, Pereira, Huila y América) Robinson lo continúa acompañando, si falta, a los entrenamientos, como en los tiempos en que la meta de veía distante, cuando ‘el Negro’ debía pasarse por encima o por debajo de la registradora de la Papagayo, para que su padre se ahorrara el costo del pasaje en bus.

Castañeda, de apariencia introvertida y rostro adusto, ahora da testimonio de cómo con persistencia y humildad se puede derrumbar al rival que se supone superior. El gol de cabeza que le anotó el domingo al Junior en el Metropolitano de Barranquilla, a falta de 3 minutos para el final del compromiso, asegura que se dio porque, “Dios nos dio la fuerza, el impulso para cabecear, para que le hicieran la falta a Olmes García y para que Lizarazo la tirara bien”, y añadió sobre el riesgo que asumió en la acción: “era la última jugada de riesgo del partido, y pensé en que Sebastián Viera me iba a romper toda la cara, pero, tenía que cabecear. Por fortuna el miedo fue más de él que mío y por eso alcancé la pelota y se metió. Todos los arqueros ahí salen con todo, a ‘matar’. Yo tuve un poco de nervios, pero no me importó meterle la cabeza”.

El arrojo de Castañeda para impulsar al América hasta la semifinal, no paró con el agónico gol. “Los penaltis juegan en favor del que esté más tranquilo y tenga la cabeza en calma. Yo estaba tranquilo, había dicho que quería cobrar, es más, iba a cobrar de primero, pero Lizarazo se me adelantó. Sí había cobrado penaltis, pero nunca en estas instancias. La tiré allá porque me siento más seguro cuando abro un poco el pie”, expresó Eder Castañeda, un esforzado, quien ha progresado.

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