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Batacazo. Se veía venir. Es lo más triste de todo. El Madrid del que yo me hice de niño, como tantos millones y millones de aficionados repartidos por todo el planeta, luchaba a muerte hasta el pitido final del árbitro. A tope a por cada balón dividido, sin regatear esfuerzo alguno, con jugadores que se rebelaban ante la adversidad dejándose el alma por conseguir la victoria. Un Madrid cuyos cimientos estaban anclados en la solidaridad del grupo, la ambición ilimitada y una generosidad emocional que siempre lo convirtió en un rival temible. No hay que irse tan lejos. El Madrid de Zidane así se mostró en estos dos años en los que la afición se identificó con los suyos por saber reunir todos esos valores. Recuerden esos triunfos agónicos en el último minuto, con Sergio Ramos como gran estandarte en la materia, que permitieron engrandecer la leyenda de ese Madrid de siempre que jamás se rinde. Y así llegaron siete títulos maravillosos. Uno tras otro. Pero en Girona, todo eso voló por los aires. Pesadilla en Montilivi. Ni actitud, ni juego, ni compromiso, ni hambre...

Autocrítica. Lo reconoció el propio Casemiro, en un acto que le honra: “Hay que jugar mejor y trabajar más. No hay excusas”. Es mejor llamar a las cosas por su nombre y dejarse de gaitas. Ya en el descanso estaba cantado que el asunto podía terminar con una derrota que nos deja a ocho puntos del Barça y a cuatro del Valencia. El 0-1 era producto de la fortuna, en forma de dos postes salvadores. Pero ni así reaccionó el equipo. Siguieron a lo suyo. En Onda Media mientras que el Girona jugaba en FM. La defensa era un coladero en manos de Stuani y Portu, dos delanteros con una movilidad extrema (que Benzema y Cristiano se miren el vídeo para saber de qué les hablo). En la medular los descansados Modric y Kroos iban andando (¿de qué valen las rotaciones si los que no juegan entre semana salen el domingo como si llevasen bolas de plomo en las botas?). Casemiro no recuperaba como acostumbra. Ni intimidaba. Los laterales, superados. Marcelo está fuera de forma y tuvo que ser sustituido. Los centrales (Ramos, Varane y Nacho) se veían desbordados. Casilla se mostraba inseguro y nervioso... El Girona disfrutaba. El plan de Machín funcionaba como un reloj. Cierto que el 2-1 fue en fuera de juego, pero cuando juegas así se te quitan las ganas de pedir la hoja de reclamaciones.

Sólo Isco. El único que entendió lo que había en juego. Actitud, 10. Juego, 10. Remate, 10 (el único gol fue suyo). Isco es la auténtica estrella de este equipo en el que él era un meritorio hace un año. El malagueño ha enseñado el camino al resto. El talento, por sí solo, no te vale de nada en el fútbol de élite. Isco juega, pese a haber renovado, con el entusiasmo de un canterano. Con cinco Iscos hubiera bastado para sacar adelante tres puntos que nos va a costar Dios y ayuda recuperar. Pero Isco se quedó solo...

Toca reaccionar. Ingenuo de mí, creí que el equipo saldría como una moto en Montilivi (la afición del Girona se portó de lujo) para dedicarle la victoria a Manuel Sanchís, fallecido el sábado. Uno de los héroes de aquel Madrid Ye-Yé que ganó en 1966 la sexta Copa de Europa con once españoles en el campo. Esa gente se dejaba el alma y no funcionaban por cuestiones materiales. Defender el escudo del Madrid les parecía tan sagrado que no se permitían tardes así. El Madrid no tiene escondites. En Londres hay que dar otra imagen. ¡Orgullo, señores!

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