Tercer tiempo
Nombres propios
Queda aún muy lejos Rusia, pero España está ya allí, en lo que se refiere al fútbol. El horizonte, cuando ganas, es una luz. Masoliver dice que la luz es el camino; en fútbol es cada partido. Cholo Simeone puso de moda lo práctico: partido a partido, luz a luz. Hernández Coronado cifró el fútbol en este adagio: “La luz que va delante es la que alumbra”. Pues ahí va delante la luz: la victoria de España ante Albania. El triunfo de los nuevos nombres propios. Este fútbol vuelve a tener luz propia, como si hubiera subido un risco después del desastre de Brasil. Es un equipo alegre, a pesar de las penas que arrastra.
Los nuevos chicos
Esos nuevos nombres propios ya nos dan alegrías. Conozco a una madre que al ver reír a su hijo recién nacido exclamó: “¡Este niño no va a dar sino alegrías!” Parece que estos Rodrigo, Odriozola, Asensio… sólo nos van a dar alegrías; ya se las dan a sus equipos y son para España la novedad de la esperanza. Cuando parecía que se estancaba una generación, la del Mundial ganado en Sudáfrica, surgen estos chicos a darle a aquella Selección, que en parte subsiste, savia nueva. Verles jugar esa media hora ante Albania, que no es para tirar cohetes, fue revivir algunos momentos de las glorias pasadas.
Los veteranos
Pero no hay que desdeñar a los veteranos, que han hecho ese camino de la luz que evoca Masoliver en su poema. Sudáfrica-Brasil-Rusia. En esos versos el poeta también habla de “la falacia de la eternidad”, del “desamor”, de “la imposibilidad de olvidar”, y aunque no están escritos, ni mucho menos, para el propósito del fútbol, sirven para este fútbol y esta época. Nada hay más olvidable que la gloria, y a veces los clubes y las selecciones tienen la tentación de dejar a los antiguos genios en el silencio del pretérito. El desamor y el olvido son también materia del espíritu del fútbol.
Iniesta, Piqué, Ramos
Como hizo en su día el muy inolvidable Del Bosque, Lopetegui ha incorporado nuevos nombres propios y les ha dejado lugar a los veteranos, entre los cuales están Iniesta, Piqué y Ramos. Esa generación no entrega la cuchara, ni tiene por qué; 2018 está más cerca de lo que parece, y esos futbolistas siguen teniendo la gallardía y la estética propias de una Selección que antes de 2010 ya apostaba por estas novedades que en su día representó Iniesta y que ahora representa, con excelencia, el joven Isco. En eso tiene suerte España, la del fútbol: las generaciones pasan pero siempre hay uno que le deja la antorcha a otro.
El juego de Isco
Esta manera suya de jugar, como si su cuerpo hubiera sido educado para la estética y el valor de la paciencia, es uno de los grandes hechos del fútbol de hoy. Cuando parecía que reingresaba entre nosotros el poderío inglés, o la potencia alemana, resulta que Isco importa lo que ya fue leyenda de nuestro fútbol, desde Molowny y Luis Suárez hasta el muy reiterado Iniesta. Es capaz de templar un partido con un gesto; y ese gesto lo prolonga, con estilo y con belleza, hasta que todo el equipo se le pone a sus pies, él busca a quien está mejor situado, y allá va el balón, como si lo llevara con la mano.
Destino Rusia
Isco estallará en Moscú, adonde conduce este camino de la luz del fútbol. As tituló después de Alicante: “¡Ya estamos en Rusia!” Es grande el fútbol, euforizante o íntimo en las derrotas, alegría de Roncero cuando gana su equipo, triste cuando pierde. La tristeza de Serrat cuando palma el Barça, o la de Ondarra cuando se le obtura el Athletic, o la de Manolete cuando ni Griezmann le da alegría. Ahora la España del fútbol se apresta a una alegría única (o tristeza) en Rusia. El camino, decía Serrat, se hace cuesta arriba y vamos a pie. El fútbol nos ayudará a sentirnos mejor. Espero.
La frase
El camino de la luz/queda todavía muy lejos,/si es que existe
La negación de la luz’, Juan Antonio Masoliver Ródenas, poeta