El tercer tiempo
Hombres serenos
Ya lo hemos dicho: el fútbol ahora no truena, habla. No hay la exigencia dialéctica, de enfrentamiento, de otras épocas en la cúpula del fútbol. Por resumir, no están Mourinho y los que se le asemejan. Están Zidane y Valverde, que son una bendición de sosiego. Esa serenidad se complementa con la existencia, en la Selección, de un émulo de Vicente del Bosque, Julen Lopetegui, aunque nunca lo nombre. A ese trío habría que sumar a Andrés Iniesta, que el sábado habló por largo, y sin que una palabra fuera más alta que otra, de lo que le pasa con su equipo. Escucharlo es escuchar a un embajador.
Parlanchín Pérez
Esa locuacidad controlada, serena, contrasta con lo que pasa en las cúpulas de clubes tan significados, el Madrid y el Barça. Florentino Pérez, del primero, se fue a los micrófonos de El Larguero de Manu Carreño e incendió a su modo un conflicto que se debe azuzar, si se hace, con mucho tiento. Decir que algo hay en esa instancia que se tendría que arreglar es llevar a la grada el griterío viejo, y rancio, contra el trío arbitral. Y, claro, al graderío que asistió en seguida al Bernabéu le faltó el canto de un duro para gritar contra el árbitro. Lo malo de Pérez es que quiere dar la impresión de que no dice nada.
Valor del silencio
Desconocen los presidentes el valor del silencio. Un día el fútbol tendría que ser sólo lo que pasa en el campo, para disfrute, o disgusto, de los aficionados. Que callen los directivos. Florentino simula sosiego, como si, en efecto, como reclamaba Butragueño, fuera un ser superior. Pero cuando las lanza sabe dónde duele y le viene bien. Y Bartomeu da también esa impresión: toca con aparente sosiego las heridas. Incendió así a Neymar, a Messi y a Iniesta. Que haya incendiado a Iniesta hablando antes de tiempo y de más, es como romper “la armonía del día en una playa en la que había sido feliz”, como escribe Camus.
El fútbol de veras
Fuera de esas veredas, en las que los presidentes se meten, está el fútbol. El Valencia-Atlético expresó un vigor paralelo. Ese Valencia tiene ahora bien puestas las naranjas, y los atléticos saben salvar los colchones. El empate es acaso un símbolo de las distintas argucias del poder: la táctica y la fuerza. Total, empate. ¿El empate del Madrid? Aquí lo ha dicho Relaño: faltaron los esenciales. Y faltó Cristiano, sobre todo. Pero extraña en tan gran equipo (que dispone de hasta tres versiones buenas) que una ausencia tenga tanta trascendencia. Pero entró Isco: no tuvo suerte el Madrid, pero ese futbolista vale por cuatro.
Patria querida
El fútbol de la grada te ofrece esos espectáculos emocionantes: todo El Molinón cantando ‘Asturias, patria querida’ en el derbi entre los dos equipos de la patria. Ese himno y su supervivencia es un símbolo que está dentro de todos nosotros, porque integra y porque es bello. Además, quedaron empatados, como si hasta el himno no quisiera quedar mal con nadie. En tiempos en que ni el fútbol sirve para juntar ambiciones que Asturias dé este ejemplo me emocionó, francamente. Igual que se me ha quedado en la retina el afecto recobrado en el Bernabéu por un jugador de la Selección, Gerard Piqué.
Árbitra y debutante
Dos gestos para la historia: el pase a Luis Suárez de Dembélé, este chico que viene por demasiados millones al Barça. Ese pase, que devino en gol, es un abrazo inteligente, que pone al francés en el sitio de Neymar. Se supone. Y el otro gesto es ese otro debut, el de la árbitra (¿o se dice de otra manera, Álex Grijelmo?) en la Bundesliga. El fútbol necesita estas imágenes para ir acabando con su insufrible machismo. Ver esos palcos llenos de señores de corbata, como si estuvieran en un funeral del siglo XIX, es lo más aburrido de este magnífico deporte monopolizado por los machos.