Leo Messi saluda a la grada
He aquí que acaba el drama con más drama. Messi firma, se queda (se queda es una frase que ahora persigue al Barça); pero no lo hace, no lo hará, como si posara ante los fotógrafos para que Bartomeu (o quien esté, pero Bartomeu es el señalado como peor comparsa de esta música en este momento) levante los dos dedos en forma de victoria. El saludo de Messi es al graderío. Su orgullo de Barça se exhibe en el campo, no en los despachos, que ahora, después de tanta contingencia nefasta, le producen un poco de repelús.
Acaba, pues, sin gloria, una etapa muy dura para la afición. La perspectiva de un equipo con el dedo de Messi apuntando a la salida es, mucho más que todo lo demás que sucede, insoportable. Ahora, además, a aquellas incertidumbres se junta el malestar de Iniesta, que es como si el mundo se hubiera equivocado de lugar. El Barça de esta época tiene su identidad dividida al menos en tres partes, una de las cuales, Xavi, ya no está (tampoco está Puyol). Parte grande de esa gloria que ya va con destino a convertirse en pretérita, se residencia en estos dos genios del estilo: Messi e Iniesta. Messi se queda, en paz quede la grada.