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Millones contra miserias

Apoyado en un contrato televisivo gigante (en 2015 Disney, que es ESPN y ABC, y Turner, que es TNT, pagaron por sus derechos 24.000 millones de euros hasta 2025), la NBA anda estos días en una escalada de renovaciones casi obscenas. Stephen Curry, uno de sus iconos, cobrará 201 millones de dólares hasta 2022. Incluso jugadores de un rango inferior como nuestro cercano Ibaka recibirá 65 millones por tres años. El límite salarial establecido para las plantillas es de 99,1 millones de dólares. Para hacerse una idea, Movistar firmó un acuerdo por 46 millones de euros en tres temporadas para retransmitir (cerrada) la ACB. Un contrato 152 veces menor al de la NBA (que, por cierto, sigue emitiendo un partido en abierto) y que explica la diferencia entre dos mundos.

Lo de la NBA es una carrera espacial y lo de la ACB, una batalla por la supervivencia con los actores, además, peleados entre sí. Los grandes, en su escapada a la Euroliga, han luchado por una reducción en el número de equipos que, parece, acabarán consiguiendo a medio plazo. Los pequeños, después de una amenaza de revolución, aceptan un trato que no tiene visos de ser la solución de una crisis estructural. El baloncesto está al borde del colapso y en mitad de un guerracivilismo nacional y europeo. La amenaza de la Euroliga de boicotear las Ventanas anda ya por la Comisión Europea y ahora Bertomeu le declara la guerra a la FIBA sin respetarlas. Pero se esconde y pone en primera línea de fuego a los jugadores. No parece la manera más valiente de enfrentar un problema.