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Una final para jugar de reojo

Hay que estar muy preparados para jugar de reojo. Pasa prácticamente todos los años; LaLiga se hace una piña por estas fechas. Nadie quiere perder con los aspirantes, nadie quiere ganarles haciendo gestos demasiado evidentes. Hay que guardar las formas, y ese agarrotamiento se vio anoche de parte y parte. Y ahora estamos los aficionados en dos canchas a la vez, y esa bifocalidad está destrozando también el ánimo del juego. El Barça, en concreto, estuvo como si estuviera dando un traspié tras otro frente a la Unión Deportiva, que es, en Primera División, mi otro equipo. Dilema tremendo: quieres que gane uno a la vez que te horroriza que pierda el contrario.

La brisa de Las Canteras se calentó cuando acortó distancias el equipo amarillo, pero la pegada del Barça, como dijo don Luis Suárez en Carrusel, puso las cosas en el sitio que quería Luis Enrique. Que Neymar haga este festival de goles es como un precipitado de su calidad, que está como dentro de una botella de la que de vez en cuando se desprende el genio.

Pero el equipo compareció como le dio la gana. Afectado por ese síndrome de las dos canchas, la del rival y la propia, ahora tiene el Barça agarrotado el corazón: ya depende absolutamente de lo que haga el Madrid en su partido pendiente ante el Celta y el último, ante el Málaga; y al Barcelona, como decía AS anoche, le queda sólo rezar.