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Luis Enrique eligió el momento perfecto

El elegido por Luis Enrique es el momento perfecto. Él es un asturiano apasionado por las simetrías. El equipo está vivo en su lucha por recuperar LaLiga frente al Madrid. Ocurrió la noticia después de ganar 6-1 al equipo en el que se hizo, el Sporting. Vivió el partido mirando lo que Unzué buscaba en su ordenador. El Sporting es una memoria difícil: una vez que eres del Sporting ya no puedes ser de otro. Fue un niño en el Sporting, un muchacho en el Madrid, un culé recibido de uñas en el Bernabéu porque se cambió de camiseta. Regresó al Barça como entrenador. A lomos del potro más difícil de todos, el banquillo azulgrana, enfurecido a veces, nunca feliz del todo. Salir vivo de las dos temporadas fue más que ganar cualquier cosa. Ahí no te perdonan ni los arrepentimientos. Pierdes aunque ganes; le pasó a Guardiola, cómo no le iba a pasar a Luis Enrique.

Se puede decir que es inoportuno su adiós prematuro; quienes conocen el efecto que el Atlántico tiene sobre las mentes saben que los asturianos (que, como dice Juan Cueto, son atlánticos y no cantábricos) tienen en el cerebro una pasión enorme por las decisiones drásticas, en medio del mar se pueden ir del barco. Él lo hizo anoche, en un momento que no es necesariamente dramático, cuando el mar se aquieta, Messi sonríe, el equipo gana y el contrario duda. Le dirán de todo, pero ya se lo han dicho antes. Hace bien en irse. Su cara era el sufrimiento de su alma atormentada por la evidencia de que nadie es más que el Barça en el Barça. Y el Barça hace rato que se llama Messi.