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El fútbol bello y el mal gesto

Estos últimos partidos de LaLiga y de la Copa han sido especialmente bellos; de un fútbol potente, de una calidad sobresaliente, de entrega absoluta por parte de los contendientes. Como si el futbolista hubiera asumido su oficio y exhibiera sin remilgos el compromiso de jugar, que es un compromiso muy serio, que implica grandes obligaciones económicas, morales, de todo tipo.

Ese modo de entender el fútbol, y de expresarlo, contrasta con algunos gestos malos cuya enumeración ahora rompería, de una manera u otra, para unos o para otros, el necesario equilibrio. Si ahora dices que alguien hizo este mal gesto, otro responderá que peor fue el gesto del contrario, y así sucesivamente. De modo que entenderán los lectores que se adopte aquí la generalización para no romper el protocolo del respeto a las excepciones.

En el mal gesto del fútbol cooperan futbolistas, aficionados, directivos y, debemos decirlo también, los medios de comunicación; éstos prefieren la estridencia que el acuerdo, y aquellos, los directamente implicados en el fútbol, han puesto en marcha la diabólica mecánica comparativa para defender a los suyos y condenar, siempre, a los adversarios, hagan lo que hagan los suyos, hagan lo que hagan los adversarios.

No es un momento anecdótico; está subiendo el índice del agravio, afectado a veces por la interpretación del trabajo de los árbitros, y muchas veces por la desidia moral de los directivos, que no guardan el debido respeto a la institución que marca el destino del fútbol como fenómeno de asociación.

Todos somos culpables del mal gesto del fútbol, entre todos estamos hiriendo de la peor manera un juego de excepcional calidad que en España, en las últimas décadas, a base de fichajes multimillonarios pero también gracias a canteras notables, ha ido mejorando.

Este hecho ha alcanzado fama mundial para el fútbol español, ha volcado a las grandes cadenas de televisión y ha encandilado, incluso, a los chinos, que ahora no sólo condicionan los horarios de los partidos sino que, además, condicionan el juego mismo, a veces con estrafalarios dueños que hunden a grandes clubes.

En el mal gesto del futbolista, por ejemplo, se echan de menos algunas personalidades que en el pasado eran capaces de atenuar las aguas revueltas. Pienso en Puyol y en Casillas, ahora ausentes de estas ligas y de estas copas. Que estén lejos no importaría tanto si no resultara insólita esta igualación a la baja que se está produciendo en este ocio fantástico y en este negocio tan complejo.

Que el fútbol sea mejor, en el gesto y en el campo, no sólo sería bueno para el deporte sino para la sociedad misma.