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Otros tiempos. Allá por 1986 suponía una aventura jugar en Albania. Aparte del cachondeo de enfrentarse a un rival cuya delantera estaba formada por Minga y Kola (¡menos mal que por entonces no existían las redes sociales!), los uniformes eran antediluvianos, el césped una quimera (patatal pintado de verde) y el entrañable José Ángel de la Casa, en vez de Juan Carlos Rivero, en la retransmisión televisiva con una calidad de sonido sideralmente inferior. Otros tiempos, señores, tampoco habíamos ganado ningún Mundial ni dos Eurocopas seguidas.

La España de la marmota. Desde hace largo tiempo, uno tiene la sensación de ver un partido de la Selección y sentir que es una fotocopia de los 30 anteriores sin que cambie una coma, un punto… Posesión absoluta, de récord. Mandamos hasta aburrir al rival y a nosotros mismos. Ése es el problema. Estamos pervirtiendo el modelo. Tocar y tocar para volver a tocar es un ejercicio perfecto de insistencia para un psicoanalista en su búsqueda para descifrar los desequilibrios de su paciente. Ante rivales claramente más débiles como la combativa Albania no se trata de dominar, sino de someter. Esto es fútbol, no ballet. De hecho, abrimos la lata gracias al único error de Berisha, el voluntarioso portero albanés. O sea, que fue el factor humano y no el empecinamiento en sobar la pelota sin instinto de conquista lo que nos permitió abrir las ventanas de la felicidad y de la necesaria victoria. Bienvenido sea, pero que nos sirva para reflexionar de cara al futuro.

Mágico Nolito. Hablando del factor humano, fue saltar Nolito y empezar a saltar chispas en el área albanesa. El sanluqueño no entiende de guiones ni de pizarras. Su fútbol es de la barriada, de las pachangas improvisadas con los colegas en las porterías sin red del pueblo o en plena calle, donde debes improvisar un caño esquivando la tapa de una alcantarilla si es necesario. Arte callejero, un grafitero con balón, un artista vocacional. El 0-2 que puso el genio andaluz apagó los ánimos de esa grada vetusta del estadio Loro Boriçi, un escenario impropio para un partido de tanta enjundia, pero que tuvo un césped inobjetable. No era una alfombra, pero tampoco un cenagal. Albania fue noble al no buscar tretas extradeportivas. Por cierto, acabé el partido sin saber de qué color era el jersey que llevaba De Gea. Mérito nuestro rival de anoche en Shkodër dio guerra en la Eurocopa y ya no son los amateur ‘descompensados’ de los años 80.

Afición inquieta. Asistí al esperado y funcionarial triunfo de España en la Granja Ses Voltes de Campos (Mallorca). Clara mayoría madridista, pero para todos ellos España está por encima de todo y se reflejaba en sus rostros. Eso sí, alguno me comentó jocosamente que sorprendía que España vistiera de blanco pero que cinco del Madrid calentaran banquillo de salida: Carvajal, Nacho, Isco, Lucas Vázquez y Morata. Daba igual. La Roja es sagrada y sólo querían festejar sus goles. Hasta los de Diego Costa, al que reprocharon que fallase lastimosamente un remate de cabeza en el primer tiempo que hubiese evitado la posterior incertidumbre. Pero cuando marcó tras la perfecta conexión canaria (Vitolo & Silva), el estallido de alegría fue uniforme e indisimulado. Hay ganas de volver a ver a España en lo más alto. Con Lopetegui hemos recuperado la fe, pero nadie dijo que sería fácil. ¡¡¡Vamos!!!