El Atleti repite la dosis y vence al Bayern en el Calderón
Segunda victoria en Champions y ante el Bayern, como la pasada temporada. Ancelotti volvió a sufrir a los rojiblancos. Marcó Carrasco y Griezmann falló un penalti. Los alemanes, de más a menos.
Robben cabecea un balón, a la desesperada mientras Simeone se desgatiña en la banda. Oblak atrapa y, en medio del ruido de 55.000 gargantas que cantan una y otra vez un ale, ale, ale altísimo, se escucha un pitido que suena a liberación. Es del árbitro, Marciniak. Es el final. El Atlético ha vuelto a hacerlo. Ganarle al Bayern. Otra vez. Esta vez. El viejo Calderón levita.
Bayern. Es inevitable que un rojiblanco no escuche esa palabra y no sienta un pellizco en el pecho. Aunque lo de 1974 ya se cerrara. Aunque esa herida ya no duela. Aunque esta sea una historia escrita en otro cuaderno, en otra Champions, es decir Bayern y pensar en muchas cosas. La primera, abril aunque ahora fuera septiembre. Si hubo un equipo que lo tuvo presente fue el Bayern: salió como si la vuelta de aquella semifinal aún no hubiera terminado de jugarse.
Minuto dos y un córner. Minuto once y un zarpazo de Müller que pudo ser gol. Disparó con la derecha, a matar, tras un delicado centro de Thiago desde la frontal. Pareció olvidar que más ahí delante estaba Oblak, que repelió el balón como si fuera una pared. Paradón: en su portería ya no entran ni los penaltis. Después, el Bayern tuvo dos córner más. Todo eran balones desde los costados buscando la cabeza de Lewandowski mientras el Atleti aún le estaba cogiendo el pulso al partido. Lo encontró después de una falta de Müller a las nubes. Cuando apareció El Niño para llenar cada brizna de césped y hacer del partido un asunto sólo rojiblanco.
Avisó con un remate que se estampó en el palo tras un córner y un slalom de este Filipe que es viento. El segundo, con un balón al lateral de la red. El tercero fue el gol. Y el reflejo de una verdad inamovible: este Atlético del Cholo es marxismo sobre la hierba. Todo de todos. La defensa, la presión, la pelea. Así se cocinó. Pasando por casi todas las botas. Robo de Savic, Torres que templa, Griezmann que prepara, Carrasco que corre, se la lleva y dispara. El balón tocó la madera, plín, antes de entrar. Carrasco siempre aparece en los partidos grandes. Los viejos cimientos del Calderón volvieron a temblar como en abril.
Ancelotti mascaba chicle y convertía en vereda el césped a sus pies en el banquillo visitante. Se movía de un lado a otro, incómodo. Su equipo no lograba hilvanar. Cada intento se topaba con las botas de un Gabi sobresaliente. O con las de Savic, siempre eficaz, limpio. No tardó mucho Ancelotti en agitar su banquillo. Los tres cambios en cinco minutos, a los quince de volver de la caseta y ver que todo seguía igual. Tardó poco en llegar un remate de Lewandowski tras una falta que de nuevo se topó con el muro Oblak.
La segunda parte comenzaba a hacerse larga. Las botas a pesar. El partido, un esperar un autobús bajo la lluvia, y sin paraguas. Entonces, Vidal, arrolló a Filipe en el área y Marciniak pitó penalti. Griezmann, decidido, lo lanzó. Pero de nuevo, como en Milán, se estampó en el palo. Se fue cabizcajo, triste, en un silencio que contaba muchas cosas. Fue la única mala noticia de otra noche inolvidable. Dos de dos. Seis puntos. Y otra certeza: para el Atleti del Cholo no existe lo imposible.