Desastre natural en las lagunas olímpicas de Río de Janeiro
En unas aguas que fueron uno de los ecosistemas más ricos no queda rastro de vida animal. Cuatro décadas de urbanización depredadora.
El olor nauseabundo es como una mezcla de huevo podrido y algo parecido a una alcantarilla atascada o el inodoro sucio de un baño público que lleva semanas sin limpiarse. Un olor que pica en la garganta y viene desde abajo, de un líquido aceitoso y burbujante que parece petróleo. Así es el agua que rodea la Villa Olímpica de Río de Janeiro.
“Las burbujas son por la ausencia de oxígeno en el agua y la contaminación, que desencadena la subida de gas sulfuroso y metano a la superficie. Es como si estuviéramos navegando en una letrina”, explica el biólogo Mario Moscatelli mientras saca un carrito de bebé del agua a menos de dos kilómetros del Parque Olímpico de Río de Janeiro.
El Diario AS recorrió los ríos, canales y lagunas que rodean la villa olímpica y desembocan en la paradisiaca playa de Barra da Tijuca. Durante el recorrido no asomó ni un animal acuático, ni vivo ni muerto. Sólo garzas y buitres que luchan para alimentarse.
“Sin oxígeno no hay vida, son cuatro décadas de urbanización depredadora e irresponsable que ha arrojado media docena de toneladas de deshechos en estas lagunas, que hoy están literalmente muertas”, explica Moscatelli, que lleva más de dos décadas intentando salvar este paraíso natural al borde del desastre.
La villa y las principales instalaciones olímpicas fueron construidas entre Barra da Tijuca y Jacarepaguá, barrios de clase media y alta en la zona este de Río. Una región idílica que hace cuarenta años era prácticamente virgen, compuesta por playas de arena blanca, lagunas de agua cristalina y manglares. Uno de los ecosistemas más ricos y diversos del planeta, con una gran variedad de especies animales: mamíferos, aves, peces, crustáceos, moluscos...
A partir de los años 60 fue ocupada de manera desordenada por quienes buscaban una opción de vida tranquila y alejada de las cada vez más saturadas zonas sur y centro de la gran urbe. En poco tiempo se transformó en la niña bonita de las constructoras, que vieron en ella, la última zona costera de la ciudad con espacio para construir, una oportunidad pintiparada para amasar dinero. Los grandes proyectos inmobiliarios de Río pasaron a concentrarse allí, multiplicándose sin arreglo a ningún reglamento y sin infraestructuras tan básicas como un sistema de alcantarillado.
“El resultado es un desastre ambiental de proporciones imposibles de calcular, y por eso de vez en cuando la madre naturaleza se venga, casi como un grito de socorro”, cuenta Moscatelli mientras recuerda que las orillas del Parque Olímpico amanecieron con casi diez toneladas de pescado muerto hace exactamente un año.
Por eso una de las prioridades del proyecto olímpico era descontaminar las lagunas y la Bahía de Guanabara, afectada por los mismos problemas. Pero ese proyecto jamás llegó a salir del papel.
“Esta era nuestra última oportunidad. Si no lo han hecho con los Juegos Olímpicos se acabó cualquier esperanza de que las autoridades brasileñas vuelvan a pensar en dar solución al problema de la contaminación en las aguas de Río”, afirma el biólogo mientras retira un mueble aparador que flota en el agua, a menos de 500 metros de la villa olímpica...