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Andate tranquilo, Messi

Buenos AiresActualizado a

Se va la tarde y también los 90 minutos reglamentarios en el Estadio Nacional de Santiago. Messi recibe de Banega en la mitad de la cancha y enciende un contragolpe eléctrico a los que nos tiene acostumbrados todos los fines de semana en el Barcelona. Se saca de encima a Vidal y Marcelo Díaz, y en el borde del área suelta brillantemente la bocha hacia la izquierda para Lavezzi. Todos sabemos cómo termina la jugada que podría haber cambiado la historia de esta Copa América a segundos del pitazo final. Pero pocos notaron que Messi, en el único lapso del partido en el que le permitieron ser Messi (porque el rival también juega, y Chile jugó realmente bien), hizo todo a la perfección. Y que los que fallaron en la terminación fueron sus compañeros.

Una semana después de ese minuto fatídico, en Argentina no se habla de otra cosa que no sea Messi. Las elecciones nacionales de octubre, que van a cambiar la vida política y social del país tras diez años de kirchnerismo, aparecen en un segundo plano. En los taxis, en los bares, en las oficinas, los chicos en las escuelas, las señoras que conversan en el supermercado chino, los vecinos que se encuentran a la mañana y se saludan antes de ir al trabajo. Todos hablan de Messi, de sus dos finales consecutivas perdidas, de su silencio cuando suena el himno, de que camina y no corre en los partidos decisivos, de si debe seguir o no en la Selección Argentina. Pero pocos se acuerdan del imperfecto buscapié de Lavezzi y de la paupérrima definición de Higuaín casi debajo del arco y con Claudio Bravo vencido.

No hay dudas: Messi es uno de los más grandes futbolistas de la historia. Y como tal, despierta odios y pasiones en todo el mundo. Porque es mentira que en España no se lo critica. Sólo es cuestión de que no convierta en un par de partidos, o de que el Barcelona quede eliminado de alguna competición, para que las dudas, los rumores y los “ya no es el mismo” se asomen, como ya ocurrió cuando fue dirigido, justamente, por Martino; y también al principio de esta temporada, ya con Luis Enrique en el banco. Pero esta presión es absolutamente normal. Ser el mejor del mundo tiene sus pros y sus contras, sus beneficios pero también sus responsabilidades. Messi convive y deberá convivir con los exitistas que lo elogian desmedidamente ante cada nuevo triunfo, y con los detractores más despiadados cada vez que no rinda acorde a lo que se espera del mejor jugador del mundo.

En cualquier otro país, el bajo perfil de Messi sería el refugio indicado para capear este temporal que ya lleva casi 7 días. Pero en Argentina, la falta de carisma de Messi ante los medios es como olvidarse el paraguas al salir de casa y en la esquina encontrarse con el huracán Katrina. El caso más similar al de Lío fue el de un tal Maradona, líder extrovertido por decantación, por necesidad y sobre todo por obligación, que supo caerse y levantarse ante las cámaras con la misma facilidad con la que humillaba a sus rivales. El mismo que en la final del 86 fue anulado por los alemanes, tal como los chilenos maniataron a Messi, pero tuvo la fortuna de encontrar en Jorge Burruchaga al interlocutor ideal en el único instinto de genialidad de esa tarde en el Estadio Azteca.

Maradona también es el mismo con el que se compara permanentemente a Messi porque el argentino, además del fútbol, tiene otro deporte nacional por excelencia: comparar todo y a todos. En esa disciplina, el rosarino siempre va a perder con el mayor ídolo popular argento, incluso en el hipotético caso de que finalmente gane un Mundial. Maradona es pueblo, es un dios negro y sucio, es lo que muchos nunca se atrevieron a ser. Todos, y aunque muchos lo nieguen, queremos o quisimos ser Diego en algún momento de nuestras vidas. Messi es un crack, un elegido dentro de la cancha, pero un pibe de bien, uno más del montón fuera de ella.

Al igual que Messi, Maradona no pudo ganar una Copa América. En toda su historia Argentina ganó 14, y en ninguna contó sus dos máximos exponentes, lo que demuestra que el fútbol de nuestro país históricamente es mucho más que el reconocido peso de sus individualidades. Maradona no jugó en la Selección del 82 al 84 y después se coronó en México. ¿Qué va a pasar si Messi decide tomarse un descanso? Lo van a acribillar por apático, por antipatria, por lo que sea. Y si decide seguir jugando, cuando haga goles por eliminatorias se le va a exigir “pero porqué no los hace en las finales”. Haga lo que haga, será criticado. Porque al contrario de lo que sucede con Maradona, a Messi se lo critica como futbolista porque no se lo puede criticar como persona.

Por eso, no estaría nada mal que Messi no jugara por un tiempo en la Selección. Dejaría un espacio ideal para revisar conceptos, entender que al fútbol se juega con 11 y terminar de caer en la facilidad de tirarle toda la responsabilidad a uno solo. Y poner a prueba, lejos del blindaje mediático que inconscientemente genera Messi, a muchos de sus compañeros que no son responsabilizados de igual manera, a pesar de que ellos tampoco mantienen en el equipo nacional el mismo nivel que en sus clubes europeos. En otras palabras, se trataría de un buen momento para comprobar en qué nivel se encuentra el fútbol argentino sin su mejor jugador.

Si hay un futbolista que no puede faltar en cualquier convocatoria argentina, ese es Lionel Messi. Su presencia es indiscutible, es lo único seguro. El resto, debería rendir examen y demostrar que puede jugar en la Selección con, y sobre todo, sin él. Si Lio deja de hacerse el bueno en Facebook, se atreve a contradecir a la opinión pública por primera vez en su vida, y define finalmente tomarse unas vacaciones en lo que sería un sano gesto de desintoxicación, Argentina tendrá la posibilidad de conformar un equipo de verdad, agregando elementos de un recambio generacional que viene pidiendo pista y que deberá llegar con rodaje al 2018. Ese debería ser el verdadero desafío de Martino de ahora en más: crear un conjunto en el que Messi encaje como un engranaje más; en el que funcione como un gran recurso y no como sistema de juego. Porque las finales las ganan y las pierden los equipos. Y esa tarde en Santiago, más allá de que apenas ganó por penales, Chile fue mejor equipo que Argentina.

* Matías Varela es corresponsal de la cadena Telesur en Buenos Aires