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Juan Lizarazo Dávila nació el 12 de diciembre de 1917. Siempre supo que de haber ido a la universidad habría sido un gran ingeniero, pero la vida lo llevó a las carreteras. Creció en un pueblo de Santander en el que la academia estaba tan lejos como Bogotá, por eso después de la escuela se dedicó al transporte.

Los años 40 mezclaron en su vida el amor y la violencia. Se casó con Rosa Amelia, tuvieron un hijo, pero un día cualquiera la persecución política llegó hasta la puerta de su casa, así que juntos decidieron refugiarse en la capital. Paradójicamente a las regiones no llega el desarrollo, pero sí lo peor de nuestra sociedad.

Juan era liberal. Tal vez por eso se hizo hincha de Santa Fe, pero siempre tuvo claro que más allá del color de la camiseta, ser de un equipo de fútbol implica identificarse con unos valores que nadie escribió, pero que se sienten. Juan decidió ser de Santa Fe en la época en que el fútbol empezó a ser profesional y el vínculo duró por siempre.

Todos los domingos el plan era el mismo. La volqueta se convertía en ruta y después del medio día partían rumbo al Campín. Sus hijos Juan, Guillermo e Hilda iban en la cabina y otros niños del barrio en el contenedor. No eran épocas de camiseta, pero sí de viseras de papel con un SANTA FE estampado, pañuelos blancos para darle la bienvenida a los clubes visitantes y paletas en el entretiempo.

Pasaron los años y la costumbre se transformó en amor. Juan y Rosa volvieron al pueblo, pero sus hijos y nietos hicieron el relevo de los almuerzos antes del partido de 3:30 p.m. y la taza de chocolate caliente después de llegar del Campín. Nunca con el colorido del barrista que pinta el escudo en el frente de su casa, pero sí con el convencimiento de que ser del rojo de Bogotá es un sentimiento que merece ser atesorado.

Es por eso que yo no me hice hincha, nací siendo de Santa Fe. Mi generación tuvo que sufrir los campeonatos en los que los títulos quedaban en manos de otros equipos cuyas hinchadas crecieron notablemente. Sin embargo, los 37 años sin estrellas grabaron en el corazón de los seguidores del León el aguante y la lealtad que no necesitan explicaciones. Si hay que sufrir se sufre, pero siempre juntos.

Esa hinchada que se mantuvo motivada con recuerdos, pero que nunca dejó de creer, hoy sonríe con los títulos y un futuro que promete más. Santa Fe cumple 74 años en uno de los mejores momentos de su historia, con jugadores ídolos y un técnico que inspira.

Desafortunadamente Juan Lizarazo Dávila no pudo festejar con este equipo. Durante toda su vida le ganó el pulso a los achaques de la edad, pero desde hace algunos meses parece estar perdiendo la batalla con los años. No hay medicinas que calmen el dolor de los huesos y los recuerdos que antes se mezclaban, ahora se evaporan.

Juan ya no se acuerda de Grecco, Resnik, Panzutto, Perazzo, Gamboa, Devani, Cañón o Pandolfi, tampoco reconoce a sus nietos, no sabe quién soy. Su vida se apaga segundo a segundo. Con el reloj en contra, escribo para agradecerle porque gritando un gol, abrazando en las victorias o llorando en las derrotas nos hicimos más familia. 

Le agradezco por ser ejemplo de todo lo bueno y dejarnos un regalo que durará para siempre.