Caracol Radio
NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA
Actualizado a

Son las 4:27 a.m. y busco palabras. Desde hace un tiempo decidí que este texto fuese un regalo. Soy periodista. Por estos días mi trabajo está en Doha. Veo y hablo de fútbol. Ha sido un Mundial bravo, como suele ser lo que cuestiona. El brillo de Qatar distrae, pero no lo suficiente para dejar de mirar, de ver. En esta Copa me ha costado escribir, en parte porque siento que argumentar a partir de mi experiencia sería un error, como lo es -casi siempre- generalizar.

Ser turista o periodista en Qatar implica observarlo todo desde un lugar de privilegio que acota el panorama. Registrar desde un plano subjetivo la mejor versión de un país que no utiliza la palabra ‘imposible’ porque el dinero proveniente del gas y el petróleo es todopoderoso. Yates, hoteles 7 estrellas, rascacielos… los clásicos del lujo, además de un derroche de aire acondicionado que ya me parece digno de estudio.

Es un privilegio tomarse un café en La Perla, emocionarse con Leo Messi, la brisa frente a la playa en Katara, los colores de Souq Waqif, ir a fútbol en Al Bayt, la vista de mi habitación en el piso 34 del hotel Ezdan, cubrir por tercera vez un Mundial, caminar El Corniche, contagiarse de la alegría marroquí, el sabor del karak. Es un privilegio estar por gusto en Qatar.

Pero la vida no es la misma lejos de los afectos, del hogar, de la familia. Los días se vuelven pesados a causa de la nostalgia. Pienso en los más de 2 millones de migrantes que sostienen en su espalda la grandeza qatarí. 1.908.052 hombres y 263.741 mujeres que dejaron su tierra en busca de sustento. La OIT indica que el 94% de la población económicamente activa es inmigrante.

A los habituales servicios de transporte, hotelería y restauración, se suma un enorme grupo de personas contratadas durante la Copa del Mundo para que a ningún visitante le queden dudas de nada: Dónde es la entrada o salida del metro, en qué dirección quedan los estadios e incluso cuándo es seguro pasar las anchísimas avenidas de West Bay. Filipinos, indios, senegaleses, pakistaníes, bangladesíes… son el alma de la logística mundialista.

Salomon nació en Zimbabue y atiende uno de los restaurantes del IBC. Nos entendemos más o menos en inglés.

“Which is your team?”, le digo mientras vemos Marruecos vs. Francia en una pantalla.

“Argentina”, responde.

“Why?”, contrapregunto.

Because of Messi.

El fútbol no resuelve lo importante de la vida, pero ilusiona. Ojalá Leo le dé una alegría este domingo. La mía será volver a ver pronto a mi sobrino Thiago que hoy cumple un año. Volver a casa es también un privilegio.