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Uruguayo, siempre en mi equipo

La frase más elogiosa que nadie puede dedicar a un rival o a un compañero es "siempre en mi equipo". No hay lema que defina mejor a Luis Suárez, el uruguayo cazador tal y como le bautizó el enorme Joaquim Maria Puyal con su puntería habitual de maestro.

Suárez no es un prodigio de técnica, a menudo va pisando melones con zapatos de tacón por el campo, o tiene la misma psicomotricidad que yo cuando intento acelerar el paso para llegar a tiempo al autobús. Ante la carencia de estética, Suárez impone una ética de trabajo estajanovista a favor del colectivo utilizando todas las herramientas a su alcance. En el uruguayo se resumen las mejores virtudes de un fútbol antiguo, es decir del bueno. Nacido en Uruguay donde el ejemplo que predomina es Obdulio Varela, el negro que arengó a sus compañeros en el Maracanazo; criado en la escuela del Ajax en la que la pelota la acarician los centrocampistas para que los delanteros culminen con un martillazo demoledor el trabajo de orfebrería; pulido en el Liverpool, donde la camiseta la lleva una grada que venera el aforismo de Bill Shankly por encima de cualquier cosa: "Cuando tenga la pelota en el área, métala dentro y luego discutimos las otras opciones". Por eso y por mucho más, Luis Suárez, uruguayo cazador, siempre en mi equipo.