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Isco, el jugadorazo sometido a los juicios sumarísimos

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Uno de los aspectos más relevantes de Isco es el obligatorio debate que soporta cada semana. Juegue bien, mal o regular, siempre hay algo que juzgar en un futbolista que merece una tregua, al menos para liberarse de tensiones innecesarias. Aunque casi todo en el fútbol es opinable, y a veces radicalmente opinable, existe un amplio gremio de jugadores sobre los cuales no pesan los prejuicios, no digamos las polémicas. No son necesariamente los mejores. Se les cuelga una temprana etiqueta y viven con ella, o de ella, sin salirse del carril. Muchos de ellos pasan toda la vida en un club, sin hacer mucho ruido, ni nada especial. Se les califica de profesionales y, en ocasiones, se les busca una virtud que les justifique. Lo del trabajo sucio es muy socorrido. Isco pertenece a otra categoría de jugador: se somete a un riguroso examen en cada partido y su destino como titular, suplente o el limbo entre las dos estancias, que también existe en el fútbol.

Después de cinco años en el Real Madrid, su caso debería de estar resuelto, pero la realidad dice otra cosa. Cualquiera que observe su trayectoria —la de esta temporada, o la de la anterior, todas en definitiva—, se preguntará por los repetidos vericuetos que atraviesa Isco cada año. Siempre alcanza una breve condición de indiscutible y siempre resbala hasta las posiciones más profundas del banquillo, como ha sucedido esta temporada, más o menos a mediados de enero, durante los cuartos de final de la Copa y la eliminación ante el Leganés. El pasado año sucedió lo contrario. Pasó del cero, apenas 20 minutos en los ocho partidos previos a los cuartos de final de la Copa de Europa, al infinito, tras sus deslumbrantes actuaciones en la recta final de la temporada. Estos virajes son tan bruscos que le convierten en un jugador en situación perpetuamente inestable, quizá porque su originalidad es tan evidente que invita a un juicio constante y extremista. Hace un año estaba en la puerta de salida del club, se diga lo que se diga ahora, y poco después renovó en medio del clamor de la hinchada. Por cierto, otra característica de Isco es que suele recibir más aprecio en el pueblo llano que en algunos despachos, probablemente porque la hinchada disfruta de sus virtudes y los oficinistas prefieren fijarse en sus defectos. No es una particularidad de Isco. Pasa mucho en el fútbol.

Las cualidades de Isco destacan tanto que no merece discutirle como jugador del Real Madrid y de la Selección, donde Julen Lopetegui no tiene dudas. A veces parece que elegiría a Isco y diez más, con un dato favorable al seleccionador: Isco le ha respondido en el campo con varios partidos antológicos. Hasta quienes le discuten aceptan entre dientes que Isco está hecho para jugar en el Madrid. Le queda de maravilla una casaca que a otros les queda grande, aunque permanezcan fuera de cualquier debate o polémica.

En Málaga fue despedido entre ovaciones, en parte porque es un chico de la tierra y en su día defendió muy bien al equipo, pero cualquier aficionado hubiera hecho lo mismo. Fue uno de esos días donde rara vez encuentras un futbolista mejor en España y en Europa. Su gran problema es que no puede bajar ni un milímetro de ahí porque todavía no ha obtenido el derecho a no jugar bien un partido, privilegio del que disfrutan la mayoría de los futbolistas, incluidos los que rara vez juegan bien. En esos momentos, Isco se expone inevitablemente a una brusca degradación en la escala del equipo. Le debe resultar muy difícil mantener la confianza, el ánimo y el nervio competitivo en una situación que, por lo visto, tiene mal arreglo. Pasan las temporadas y en cada partido Isco está sometido a un juicio sumarísimo. Qué pena.