Costa ha vuelto para disfrutar
Diego Costa es como uno de esos amigos que se presentan a todas las fiestas con las mismas bromas, la misma actitud y no varía el discurso según la compañía. Ya saben: ese que cuenta los chistes verdes que tanta gracia hacen al grupo de trabajo a los padres (o abuelos) de su pareja. El brasileño llegó en 2014 a la Premier con el mismo repertorio que le había hecho grande en España: disputas exageradas tras un choque físico, encaramientos, enfrentamientos con árbitros. Siempre al límite. Los ingleses le rieron las gracias el primer día, luego lo hacían pero con cierto remordimiento.
Finalmente se volcaron al unísono para declarar que las armas de Costa, que tanto se habían elogiado en sus compatriotas en los setenta y ochenta, ya no encajaban con la maravillosa y sanitizada Premier. Se convirtió en enemigo público número uno de los expertos y diarios sensacionalistas. Si, además, se añade que el jugador nunca se adaptó a la vida inglesa, al idioma, a la falta de calor, el Chelsea se encontró un cóctel explosivo que les explotó sin advertencia previa. Una cosa más: el régimen de Antonio Conte pone a los jugadores al límite y desgasta tanto que convierte lo que debería tener elementos de juego en un trabajo. Costa necesita sentirse a gusto, querido, quiere disfrutar. Es como siente el fútbol. Por eso ha vuelto.