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El fútbol nos hizo muy felices

Vivíamos entre Nervión y el Prado de San Sebastián, a dos kilómetros y medio de Heliópolis, pero aquel España-Malta lo vimos por la tele. Yo acababa de cumplir 7 años, hacía frío y había que ir al colegio a la mañana siguiente. En casa el televisor era todavía en blanco y negro, pero el cariño me pinta los recuerdos de color; del rojo que vestían los futbolistas españoles, del verde de la hierba y los asientos del Villamarín, que algunos abandonaron al descanso por descreídos. Y arrepentidos, después: al salir de la caseta, dos goles de los cuatro que marcó Hipólito Rincón pusieron el marcador 5-1. En el camino hacia el milagro.

Rincón evitó que mi madre nos mandase a la cama a mí y a mi hermana antes de tiempo. Se consumó el 12-1 y abajo del balcón se escuchaba ya un gentío: decenas de sevillanos marchaban hacia el centro, muchos con banderas de España, algunos con sus hijos de la mano. Era muy tarde pero no había ganas de acostarse. Mi padre me bajó a la calle y nos dimos un paseo hasta el otro lado del Puente de la Enramadilla, que entonces cruzaba la vía del tren, años más tarde soterrada. Por primera vez, el fútbol me había hecho feliz. Con la espontánea sencillez que más contentos pone a los niños... y a los mayores cuando el balón o el amor les regala una alegría tan tremenda, tan inesperada.