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El mito de un estadio que es único

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Voy a intentar explicar el mito de Wembley, pero sé que voy a fracasar. Imagine ser el presidente de un equipo de Primera Regional al que le invitan a jugar al Bernabéu. Nos estamos acercando. Ahora añadan una cosa más: usted, aunque directivo de un club modesto, ha sido siempre un aficionado del Madrid. Ese día será especial para usted. Pues ya casi estamos, pero hace falta más: de pequeño, jugando en la calle, siempre soñó con poner los pies en el Bernabéu y, cuando gana el partido del recreo, se situó muchas veces recogiendo la copa correspondiente tras subir las escaleras que le llevan a los asientos importantes del estadio, allá donde está el Rey que se lo va entregar. Necesita tener todos esos sueños e imaginar todas esas variantes para entender qué es Wembley para el aficionado inglés.

Hasta tal punto es la cumbre de cualquier futbolista jugar en esa catedral del fútbol, hogar de la selección inglesa, que para el Tottenham supuso un esfuerzo psicológico extra convertirlo en su casa (está a punto de terminar ese proceso tras las recientes victorias ante el Dortmund y el Liverpool), pero los conjuntos rivales también se crecen porque para ellos es un logro histórico personal y colectivo conseguir algo en sus visitas.