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Neymar ya cubre las expectativas

Entre los españoles de mi generación, Saint-Tropez tuvo gran nombradía porque era el lugar de veraneo de Brigitte Bardot, la bomba sexual de los sesenta. Bomba atómica, si se me permite. Ahora el nombre de esa bella ciudad, situada en el tramo de costa mediterránea que lleva el sugestivo nombre de Côte d’Azur (Costa Azul) ha vuelto a saltar a nuestras conversaciones porque ahí acudió Neymar a relajarse, tras su fichaje. Neymar y sus ‘toiss’, esa tropilla alegre y confiada, que viene a ser algo así como sus mariachis. Sin guitarras ni grandes sombreros charros, sino con vistosos bañadores, pero igualmente alegres y ruidosos.

Toda la ‘troupe’ durmió en una mansión alquilada por Nike, el patrocinador, y vivió, informa un diario francés de la zona, protegida por veinticinco guardaespaldas que le proporcionó el club, que cuida su inversión. Neymar es un nuevo salto adelante entre las figuras del fútbol, a las que aquella vieja lógica castrense en la que se movía este deporte no hace tanto se les debe de figurar algo antediluviano. Hace tiempo que su albedrío se situó más allá de la voluntad del entrenador y también de la propia autoridad del club. Falta poco para que alguno exija para beber agua traída de algún concreto glaciar de Chile, o cosa por el estilo.

No nos extrañemos. Han dado 222 millones de euros por él y nada más llegar a París, capital de tantas cosas, comprobó que su fichaje había convulsionado la ciudad. El fútbol es el gran hecho popular de nuestros días y no sólo tolera, sino que vive con fascinada aprobación, esta nueva puesta en escena de  sus ídolos. Nuestros queridos Xavi y Casillas, ya en la puerta de salida, han venido a representar la última generación de clásicos. Neymar es el salto definitivo a la nueva época, en la que lo extravagante será no hacer estas cosas, tan a compás con los tiempos. Neymar aún no ha dado una patada al balón con su PSG,  pero ya cubre largamente las expectativas.