Del ‘Martes con mi viejo profesor’ al mejor libro de fútbol: ‘¿Quién dijo rendirse?’
Mitch Albom. La primera vez que escuché hablar de la ELA fue en un libro, Martes con mi viejo profesor. Madrid, 2003, Línea 5 de Metro. “Esto no puede ser real”, me recuerdo negando, pensando. Una enfermedad así, tan cruel, que va apagando tu cuerpo hasta postrarte en la cama, con la cabeza intacta y los ojos como único asidero al mundo. No, no, no. Daba igual que la contraportada dijera que aquella historia era real, que la ELA, de verdad, existía. No, no, no. No podía serlo. Prohibido. No tardé, sin embargo, en volver a cruzármela.
Allí. Fue en este periódico: AS, 2008, foto de Stefano Borgonovo consumido en una silla de ruedas, otro futbolista con ese mal degenerativo que, en el Calcio, a Rognoni, Signorini o Minghelli ya se había llevado. Enfermedad de Gehrig se llamaba por Lou Gehrig, mejor primera base de la historia del béisbol, fallecido en 1941 de esclerosis lateral amiotrófica. “Enfermedad de Gehrig”, recordé de pronto: así le decía Mitch Albom cuando, en su libro, no quería llamar por su nombre a lo que consumía a su viejo profesor. ELA, ELA maldita.
Aquí. En 2014 ya estaba en el fútbol de España (Toni García lo cuenta en Míster, ¿por qué yo no?) y a mí me abofeteó desde un compañero, Javi Matallanas, el día que me contó que invadía a su hermano Carlos, también futbolista, también periodista. Mi batalla contra la ELA fue su primer libro: lo leí en dos noches. Y no abandona mi mesilla. Si algún día me da por estar triste lo ojeo: Carlos me levanta. No le hace falta una capa para que le apellide héroe. Lo es. Infinito.
Lucha. ¿Quién dijo rendirse? es el segundo y es un imprescindible, quizá el mejor libro de fútbol escrito jamás. En él, Petón convierte en clásico una conversación entre dos amigos, Fernando Torres y Carlos, cuando la enfermedad ya estaba. Los campos de Primera o Tercera, el rugido del Cara o el frío del Chelsea en realidad son excusas para hablar de vida, de esos héroes que no se esfuman cuando se encienden las luces de un cine, de un estadio. David Villa lo lee en Nueva York. Y decenas de personas en cualquier Metro de España que no moverán la cabeza, negando ante él: no sólo cuenta que la ELA existe, que es de verdad, sino también que debe mirarse de frente, batallarla, hasta vencerla, encontrar una cura. Cualquier día de estos llega. Seguro.