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Instinto asesino

Se dice de un delantero con olfato de gol que tiene “instinto asesino”. También se predica del tenista que ve las debilidades del contrario y, lejos de compadecerse, busca el 6-0, 6-0 sin rubor. Y lo mismo del ciclista que se despega del grupo de escapados cuando observa en la mirada de sus compañeros de fuga el cansancio o la flaqueza. Incluso un pinchazo.

El lenguaje militar y de cierta violencia ya puebla desde antiguo el vocabulario del deporte. Se dice “cañonazo”, “cañonero”, “disparo”, “bombear”, “asedio”, “táctica”, “ataque”, “defensa”, “obús”… Se “destroza” a un rival, se le “machaca”, se le “humilla”, se le “aplasta”…

Pero eso de “instinto asesino” sube un grado el ardor guerrero del deporte, y la expresión puede despertar rechazo hacia ella por parte de quienes, por el contrario, ven en la práctica competitiva el más noble arte de la paz.

También se dice que un rival “se le ha ido vivo” a alguien, ya sea porque remontó dos mangas en contra y bola de partido o porque aquel “le perdonó la vida” con fallos incomprensibles ante la puerta vacía. Parece que hubiera que asesinar al contrario en cuanto parece agachar la cabeza, para que no pueda recuperarse y ganar. Se cree que el término “asesino”, que procede del árabe “haššãšîn”, significaba en origen “bebedor de hašîš”, un brebaje narcótico que se hacía con hojas de cáñamo (según los eminentes lexicógrafos Joan Corominas y José Antonio Pascual). Quienes se pimplaban unos cuantos recipientes con esa bebida parecían ser capaces de cualquier barbaridad, incluida la de matar a sangre fría.

Una vez superada esa leyenda, el significado vigente en nuestros días remite a quien mata a un ser humano con alevosía, ensañamiento o por recompensa; pero también ha adquirido con el tiempo un valor menos grave para reflejar lo simplemente hostil, ofensivo o dañino.

De ese modo se habla por ejemplo de “una mirada asesina”, que no es aquella que consigue liquidar a otro sino la que indica una actitud de odio o, cuando menos, de cierta aversión.

En cualquier caso, el adjetivo “asesino” no parece muy buen compañero para ninguna expresión del deporte. En vez de eso, se podría decir que un delantero tiene “instinto de victoria”, “obsesión de triunfo”, “hambre de gol”, “ansia por ganar”, “ambición insaciable”, “vocación de triunfador”… Términos menos ardorosos y guerreros, sí, menos bravíos, desde luego; pero más acordes con el espíritu del barón Pierre de Coubertin.