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Bale y el fervor de Cristiano

El único problema de las derrotas en pretemporada es que no suele haber pretemporadas para algunos equipos. Para el Real Madrid especialmente. Ha incorporado de tal manera la mentalidad ganadora que ningún equipo del mundo puede permitirse concesiones, sea donde sea, frente a todos los rivales y en cualquier momento del año. Le goleó el Manchester City en el Memorial Coliseo de Los Ángeles, el estadio donde se celebraron los Juegos de 1932 y 1984. Sin pista visible durante el partido, el recinto explica entre otras cosas la decadencia del atletismo.

Zidane declaró que el resultado fue bastante peor que el juego. Probablemente tenía razón. El Madrid jugó con un aire festivo, con poco rigor, más pendiente de los detalles que de la estructura, a pesar de salir con todos los titulares. El 4-4-2 permitió observar a Bale donde quiere el jugador galés, en la media punta, casi siempre acostado en su lado natural, la izquierda. Fuera de eso, el equipo se pareció al de los mejores días de la temporada anterior, pero con peor fútbol y un resultado muy grueso.

El City mereció la victoria. Jugó con más interés y con una mezcla de viejos, jóvenes y recién fichados. Gente como Mangala y Nasri, cedidos al Valencia y al Sevilla en la temporada anterior, tuvieron su oportunidad en el segundo tiempo. También figuraron Yaya Touré y Agüero, dos ídolos del City que condicionan el juego del equipo. Agüero no da un paso de más y Touré se mueve con clase, pero con una lentitud escandalosa.

Los mejores del equipo inglés fueron los más enérgicos, con De Bruyne a la cabeza. Al Madrid le faltó energía y claridad. Se movió a ritmo veraniego, que a veces es un ritmo traicionero. Se entra en esa dinámica y no se abandona tan fácilmente. Al Madrid le vendrá de maravilla la final de la Supercopa. Llega pronto y obligará al equipo a salir de la pereza que transmite ahora mismo.

Nadie destacó, ni nadie fracasó. En ese aspecto, el Madrid fue homogéneo y gris. Le faltó vitalidad. Es ahí donde resulta indiscutible Cristiano Ronaldo. Todas sus cualidades son importantísimas, pero su fiereza le destaca sobre todos los demás. Es una fiereza contagiosa, cotidiana, sin baches.

El último Cristiano Ronaldo, el ariete rematador que interviene menos en el juego, ha mantenido las cotas de fervor que le han caracterizado desde que llegó al Real Madrid, desde que llegó al fútbol, en realidad. Nadie es comparable cuando se trata de impregnar al equipo de ese apetito competitivo.

Ese liderazgo del delantero portugués no ha encontrado respuesta en los dos primeros partidos de la pretemporada. Es un capítulo que Gareth Bale no acaba de superar. Cualidad por cualidad puede compararse con Cristiano: chutador fenomenal, es tan o más rápido, más potente, igual o mejor cabeceador. Le gusta el gol más que el juego, y en eso también se parece a Cristiano. Les distancia la fragilidad del galés y la voracidad del portugués.

Bale ha pasado de puntillas por los dos primeros partidos del Real Madrid. Tiene excusa -acaba de comenzar la pretemporada-, pero es una coartada muy débil. En la ausencia de Cristiano Ronaldo, Bale tiene la oportunidad de demostrar que es algo más que un futbolista con grandes condiciones. Debería de ofrecer la clase de liderazgo que se asocia con las verdaderas estrellas, más aún con la ausencia de Cristiano Ronaldo.

Dos partidos en Estados Unidos y Bale sigue a su aire, un poco lánguido, amable, sin transmitir, sin fervor. Juega donde le gusta, pero a cambio no traslada la idea de liderazgo, con una consecuencia imprevista: dos partidos sin Cristiano Ronaldo y su importancia se acrecienta.