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Gloria a los pioneros

Hubo un tiempo en el que injustamente en los medios de comunicación era recurrente la broma de resumir la participación española en los Juegos Olímpicos asegurando que habían sido un éxito porque “no se ha ahogado ninguno de los nuestros”. Afortunadamente, esta demostración de cazurrez y cuñadismo ya es impensable. Ese chascarrillo suponía una falta de respeto a unos héroes como Bernat Picornell, Miquel Torres, Santiago Esteva o Mari Paz Corominas o a entidades como el Club Natació Barcelona o el Club Natació Sabadell (que tienen más olímpicos en nómina que la mayoría de clubes deportivos del mundo), que sentaron las bases de lo que es hoy la natación, el waterpolo o la sincronizada en España. Sin estos pioneros, España no hubiese tenido a la mejor entrenadora de sincronizada del mundo como es Anna Tarrés, al mejor jugador de waterpolo de la historia como Manel Estiarte o a Mireia Belmonte, el mejor ejemplo de constancia y superación en el que hombres y mujeres pueden verse reflejados.

Desde la primera medalla de bronce en los Juegos de Moscú 1980 de David López Zubero hasta el éxito en los de Río de Janeiro 2016 de Belmonte el camino ha sido largo y ha necesitado en muchas ocasiones de la determinación de unos deportistas que tuvieron que mejorar lejos de sus fronteras, ya fuera entrenándose en Estados Unidos (caso de los Zubero o Sergi López) o con la incorporación de sabios extranjeros de la preparación como Fred Vergnoux.

Junto a todos ellos, el tejido deportivo de clubes como los antes mencionados, a los que se les añaden ahora otros como el Canoe, el Ondarreta, el Mediterrani, el Mataró o el Catalunya. De ahí salieron las chicas de la natación sincronizada que han sido apuesta segura de medalla y los hombres y mujeres que lograron el milagro de que un deporte con tan pocas licencias como el waterpolo apasionara a un país que cuando admira lo logrado sigue echando de menos la añorada sonrisa de Jesús Rollán, al que todos seguimos echando de menos.