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Nadal ya no juega por caridad

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Mientras veía el final de la tercera etapa del Tour de Francia y escribía la crónica, miraba de reojo a otro televisor para saber del debut de Rafa Nadal en Wimbledon. Dos clásicos de julio. Si en la ronda ciclista titulé que Peter Sagan había ganado ‘con una pata’, con doble sentido por aquello de que se le salió un pedal en pleno sprint, en el Grand Slam podíamos haber puesto un enunciado similar por la autoridad exhibida por el balear. Sagan y Nadal son dos números uno de sus deportes. O casi. Sagan tiene a tiro su victoria 100, que en ciclismo son muchísimas, y Nadal redondeó este lunes la 850 (con 180 derrotas). El español tumbó con contundencia a su rival, el australiano John Millman, en su mejor estreno sobre la hierba londinense: 6-1, 6-3 y 6-2. Tan arrollador como en sus tiempos de mayor gloria.

Nadal tiene 31 años, no lo olvidemos, y la temporada pasada ni siquiera estuvo aquí por una lesión. En la anterior cayó en segunda ronda. En esa época había dudas razonables sobre si recuperaría su máximo nivel. Sin embargo llegó al primer Grand Slam en este 2017, el Abierto de Australia, y se plantó en la final ante Roger Federer, otro resucitado. Fue cuando el suizo dijo aquella frase: “Hace unos meses, Rafa y yo estábamos para jugar partidos de caridad”. Luego encaró el segundo grande, Roland Garros, y conquistó su décimo título. Ahora ha desembarcado en el tercero, otro mundo. No pisa la final desde 2011, pero de esta versión se puede esperar cualquier cosa... Eso incluye Wimbledon. Además, si alcanzara ese partido decisivo ocuparía el número uno mundial. Qué vueltas da la vida.