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Guti y el balón

Fernando Redondo reconocía en una entrevista reciente a este diario que el mayor error que puede cometer un exjugador de primer nivel que quiere ser entrenador es pensar que nadie le puede enseñar nada, que lo sabe todo ya. Aunque la mayoría de técnicos de élite fueron futbolistas profesionales, es inmensamente más larga la lista de exjugadores que nunca quisieron (o, aunque lo intentaron, nunca pudieron) ser entrenadores cuando colgaron las botas.

Cuando Guti estaba en activo, un 100% de aficionados hubiera apostado todo su dinero a que el de Torrejón engrosaría esta segunda larga lista, que demuestra que jugar bien al fútbol (acto eminentemente intuitivo) no es sinónimo de entender el juego en toda su complejidad y poder transmitirlo (acto eminentemente reflexivo).

Guti ha completado una temporada casi perfecta al frente del Juvenil División de Honor del Real Madrid. Aunque este triplete nunca se había logrado, un éxito así no es nada extraño para el club, a nadie sorprende que una buena hornada madridista lo gane casi todo en cualquier categoría de formación. Pero sí es nueva para el aficionado la figura sosegada del Guti entrenador.

Su carrera fue la de un genio más incomprendido que respetado, más de destellos inolvidables que de efectiva regularidad. El rubio mediapunta se conectaba y desconectaba del compromiso competitivo varias veces a lo largo de una temporada. En alguna fase de aparente pasotismo, más de un peso pesado del club se llegó a desquiciar viéndole más motivado en un campo de golf tras los entrenamientos que en el césped del Bernabéu. Pero siempre volvía, y su aportación decisiva en la mayoría de títulos que logró quedó registrada para siempre en las hemerotecas. Así se explica que vistiera ininterrumpidamente de blanco madridista durante un cuarto de siglo, desde benjamines.

Pero insistimos en que haber protagonizado toda esa extraordinaria experiencia no es garantía de saber usarla para gestionar un grupo de futbolistas de pie, frente a ellos, dentro de un vestuario. Requiere un proceso nada fácil, muy similar al que hizo en su día Zidane, otro cuyo éxito en los banquillos no habría vaticinado ni uno solo de sus compañeros cuando vestía de corto.

Guti acariciaba el balón como nadie en la historia de nuestro fútbol. Sólo el rendimiento tan singular que tuvo impidió que participase de los éxitos grandiosos de la selección española. Ahora que ya no puede tocar la pelota, Guti ha decidido seguir tratándola igual de bien. Más allá del estilo de su equipo, el respeto de Guti al balón se muestra en su actitud, completamente opuesta a las estridencias que solía mostrar hasta hace poco en el entorno mediático con el que tiene que cargar el fútbol por ser fenómeno de masas.

El domingo se le vio meditando, actuando y acertando en la final de Copa ante el Atlético. Calmando los ánimos de sus jugadores y los del rival en algún conato de trifulca. Lo primero que hizo nada más ganar es animar a los chicos atléticos que lloraban sobre el césped. Al ser entrevistado, sólo habló de sus jugadores para explicar el éxito, no dándose importancia. Valoró la condición física de su plantilla como la clave principal para doblegar a los rojiblancos en la prórroga. En definitiva, quedó patente que el banquillo está dejando ver la mejor cara de Guti como hombre de fútbol. El tiempo diluirá esta sorpresa para propios y extraños y empezará a trazar la carrera de un, seguro, buen técnico de primer nivel.

Hubiera sido muy interesante saber qué le diría el Guti entrenador al Guti futbolista. Quizá algo parecido a lo que le fue diciendo un tal Del Bosque desde los campos de tierra de la vieja ciudad deportiva hasta el vestuario del Bernabéu: las verdades del balón. Lo demás es sólo un decorado donde la afición se entretiene entre partido y partido.

Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.