Tratando de empatizar con Cristiano y con el madridista decepcionado
La sensación de soledad. La empatía es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. Cristiano tiene la sensación de que le han dejado solo en una batalla de vida. Sus asesores, por meterle en este monumental lío; algunos medios, por pasarse la presunción de inocencia por el forro y el Madrid, por comparación con la encendida y exagerada defensa del Barça con Leo Messi. El nuevamente elegido presidente del Madrid, de ‘turné’ mediática, ha llevado su discurso lo más lejos que le permite su posición para apaciguar los ánimos.
El escarnio. Mucho más que 14,7 millones para alguien que ha pagado más de 300 a la Hacienda Pública en los nueve años que lleva en España, a Cristiano Ronaldo le pica el daño a su reputación, a su credibilidad, a su posición de icono. No soporta que se cuestione su integridad porque argumenta que nunca tuvo intención de defraudar. Detrás de los millones y de los Balones de Oro, no deja de haber un ser humano, obsesionado con ser el mejor de todos, que quiere ser reconocido como tal. No soporta los pitos de la grada y, mucho menos, la idea del paseíllo en un juzgado de Pozuelo el próximo 31 de julio como investigado.
Patada al tablero. Lo que no alcanza a entender el aficionado del Madrid es que Cristiano, gran artífice de la duodécima y referente futbolístico del equipo blanco esta década, haya roto uno de los momentos más extraordinarios en la historia del club tras dos Champions, un doblete y haya decidido airear su enfado al mundo, vía filtración, y colocarse en el mercado. Un pulso infantil e innecesario del que no saldrán ganadores.
Esos hilos invisibles. El desafecto por Cristiano parece regresar con virulencia. El Madrid es diferente porque los corazones de sus aficionados, más allá de los números, se conquistan con otras sensibilidades. CR nunca ha tocado fácil esos hilos invisibles. El Madrid, sin embargo, tiene un problema como entidad: en esa ecuación económico-deportiva que es un club de fútbol hoy sólo hay dos comodines: uno juega en el Barça y el otro, se sube por las paredes de la incomprensión y nadie sabe bien cómo pararle.