WARRIORS 113 - CAVALIERS 91 (1-0)
Los Warriors ganan el primer juego de las finales de la NBA
El alero de los Warriors, la gran novedad de la eliminatoria, anotó 38 puntos, capturó ocho rebotes y repartió ocho asistencias.
Kevin Durant no es Harrison Barnes y semejante obviedad inclinó, a veces el baloncesto es muy fácil, el primer partido de las Finales 2017. Hace un año los Cavaliers asfixiaron a Stephen Curry y Klay Thompson gracias al tembleque de Barnes, incapaz de meter los tiros liberados que le concedía, feliz, un rival desesperado pero en plena remontada. Como el camino más rápido para llegar a cualquier sitio es la línea recta, los Warriors dejaron ir a Barnes y se hicieron con el segundo mejor jugador del mundo. El baloncesto es muy fácil. Y por ahí se rasgó este partido del 1-0 y veremos si mucho más. Porque Durant pareció el elixir, el exorcismo, el analgésico, el diván del psiquiatra y hasta la pastilla roja de Matrix para los Warriors. Que están 13-0 en playoffs, 28-1 en sus últimos 29 partidos y que no pierden con el big four en pista (Curry, Thompson, Durant, Green) desde el 28 de febrero.
El domingo hay otro partido, nunca hay que exagerar las reacciones tras un game 1 y los Cavs no han perdido nada: como campeón y superviviente con galones, se han ganado el beneficio de la duda. Buscarán formas, escarbarán túneles y tratarán de darle la vuelta, deportiva y emocionalmente, a las Finales. Lo han hecho antes. Pero sus opciones serán sencillamente nulas si Curry sigue siendo muy superior a Irving, Love no es factor X, Pachulia devora a Tristan Thompson y el banquillo no produce absolutamente nada. Si LeBron no sabe si exprimir su omnipresencia defendiendo a Durant y si la obsesión por evitar los triples de los Warriors les envía al final del tercer cuarto (ya sin partido, 93-72) casi doblados en puntos en la pintura (50-26).
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Los Cavaliers lo han hecho antes y el domingo se vuelve a jugar. Son hechos. Pero estos Warriors no son aquellos Warriors del pasado junio. Y Kevin Durant, hola de nuevo, no es Harrison Barnes. Con una finura felina y un instinto absolutamente depredador, KD sujetó a su equipo en un inicio demasiado nervioso (8-12), se turnó con Iguodala para baquetear a LeBron en defensa y aprovechó después cada autopista que dejaba la obsesión rival con la línea de tres para enlazar mates que retumbaban por el pabellón y hacían eco en la dinámica del partido y en la coraza de los Cavaliers, resquebrajada: al descanso 23 puntos, 6 asistencias y la firma en todo lo que había sucedido. Aroma de jugador superior y un 60-52 que ya no coincidía con las sensaciones. Los Cavs solo sobrevivían con 7 pérdidas de LeBron y la sentencia de muerte en las costillas: 13-0 de salida (73-52) tras el paso por vestuarios y el campeón tambaleándose por el Oracle como un boxeador sonado mientras Curry iniciaba la danza de la lluvia: al final 6/11 en triples, 28 puntos y 10 asistencias. Curry, fresco y sin hipotecas físicas, tampoco es el de 2016. Cuando, hay que repetirlo hasta la náusea, no tenía al lado a Kevin Durant, que cerró en 38+8+8 un partido que fue, simplemente, su partido.
Aunque Klay Thompson estropeó con malos tiros (3/16) su excepcional trabajo defensivo y Draymond Green fue sobre todo intangibles, los Warriors fueron extraordinariamente superiores. Defendieron con inteligencia y tensión (23/55 en tiros y 11 asistencias por 13 pérdidas entre LeBron, Irving y Love) y abrieron vías de aguas en territorio teóricamente enemigo: el rebote de ataque y, sobre todo, las pérdidas, 1-12 al descanso y 18 tiros más. Todos los números, del derecho y del revés, sepultaron a unos Cavaliers que acabaron rastrillados por la pista, derrotados demasiado pronto y evidentemente impresionados por el Himalaya que les aguarda. Es un equipo duro que ha sabido hacer borrón y cuenta nueva antes. Pero en este partido se vio que su defensa de la Conferencia Este no sirve en la Bahía y que, seguramente, tendrá que refugiarse tarde o temprano en ese baloncesto simplificado hasta la época de las cavernas en el que LeBron (28+15+8 pero 8 pérdidas) y Kyrie Irving lo ejecutan todo. Un equipo contra todos los demás, otro totalmente distinto contra los Warriors: la ley de la pura supervivencia. Así ganaron el anillo hace un año y así podrán descubrir cuántas opciones tienen ante una avalancha de baloncesto superlativa como la de estos Warriors que el domingo jugarán para abrir un 2-0 que, dejà-vu inevitable al margen, sonaría ya a jaque al rey.
Nada de todo esto es terreno desconocido para LeBron, 1-7 en los primeros partidos de sus 8 Finales. Salvo, tal vez, el rival. Este rival monstruoso. Una hidra contra la que nunca terminas de cortar cabezas, una versión muy superior de un enemigo contra el que ya fue un milagro ganar hace un año. Muy, muy superior. Tanto como lo fue en este partido Kevin Durant. El elixir, el exorcismo, el analgésico, el diván del psiquiatra y la pastilla roja de los Warriors. La diferencia.