La llave de un súper equipo: los Warriors y el milagro defensivo
Su ataque acapara récords y titulares y por eso a veces se olvida algo esencial: cuando realmente lo necesitan, los Warriors también son uno de los mejores equipos defensivos de la historia.
Cuando regresemos a estos años que estamos viviendo para recordar a estos Warriors históricos (250 victorias desde la llegada de Steve Kerr en tres temporadas todavía sin completar) se hablará desde luego de su capacidad para destruir a sus rivales con uno de los ataques más sofisticados, libertarios, estéticos y eficaces de la historia del baloncesto. De los triples de Stephen Curry y lo que provocan en la defensa (y la psique) rival y de esa catarata de recursos que se basa en velocidad de pase, tiradores por todas partes, una finalización vertical reinventada con JaVale McGee y esa sinfonía callejera de bloqueos y pantallas lejos de la bola (legales y no tanto…) que confunde a unos contrarios que persiguen sombras mientras chocan con muros que sencillamente no deberían estar ahí. El ataque de los Warriors establece premisas de partida y concede la suficiente libertad de acción a sus protagonistas para ser casi imposible de leer. El rango de tiro de Curry es un problema obvio, pero también lo son sus bloqueos inesperados con su 1,91 y las secuencias de escuadra y cartabón que acaban con Klay Thompson liberado: esta temporada, 302 triples lanzados en catch and shoot ocho décimas después de recibir (como promedio) y con un acierto de casi un 43% en ellos.
¿Qué se puede hacer contra eso? Nada, casi nunca. No si a ese ataque mortífero y distinto a todo lo que conocíamos se suma una defensa extraordinaria: mortífera y distinta a todo lo que conocíamos. Desde luego ya no es un secreto pero no siempre reparamos con la suficiente atención, deslumbrados por ese Picasso constante que es su generación de puntos, en que los Warriors son, cuando se ponen a ello, la mejor defensa de la NBA. O más bien la defensa perfecta para esta NBA. De hecho solo así, con un ataque histórico y una defensa única, se construye un equipo legendario.
Los minutos de la basura y el alto ritmo de partidos llenos de tramos intrascendentes repercuten en las estadísticas finales, en lo numérico, de una defensa que no llega en peso a los ratings de los Spurs 2003-04 (94,1) y 1998-99 (95) o de los Pistons 2003-04 (95,4), un muro móvil y asfixiante en el que se adivinaba algo de lo que ahora hacen los Warriors. Al menos si se compara lo que hacían los Wallace (Ben y Rasheed) con lo que hace, ahora con la ayuda de los brazos kilométricos de Kevin Durant, Draymond Green. Como el ataque, aunque no siempre de forma tan perceptible, la defensa de los Warriors es una mutación, una evolución precipitada que aprovecha lo que le ofrece su época, una en la que no queda rastro de la defensa ilegal y los privilegios de los pívots en el poste. Una que ha dibujado una NBA de tiro exterior, obsesión por los espacios e intercambio líquido de posiciones y roles. Cuanto más se sigue el camino de los Warriors en ataque, más carburante se echa a una defensa ideada para ese tiempo y ese lugar. Y así los rivales cierran un círculo de perdición.
Una defensa que no podría haberse gestado sin la materia prima adecuada. Y conviene reconocer el trabajo de unos ingenieros (de Joe Lacob al imprescindible Bob Myers) cuyas decisiones en el último lustro no fueron siempre bien entendidas por expertos y aficionados. Al menos cuando todavía estaban poniendo andamios para levantar la actual edad de oro: Lacob fue triturado en la Bahía por cambiar a Monta Ellis por Andrew Bogut y la opinión pública se dividió profundamente cuando los Warriors fueron de farol con Dwight Howard para amarrar a escondidas a Andre Iguodala o cuando rechazaron incluir a Klay Thompson en el traspaso por Kevin Love. Pero todas esas decisiones florecieron en el instrumental draft de 2012 en el que los Warriors se llevaron a Harrison Barnes, Draymond Green y Festus Ezeli. Una sutil cadena de acciones y consecuencias: Bogut llegó lesionado y no jugó hasta la siguiente temporada, lo que (junto a la salida de Ellis) ayudó al equipo ser lo suficientemente malo como para salvar el pick protegido que acabó siendo Barnes (número 7). Del mismo modo, la continuidad de Klay tuvo una obvia recompensa directa pero también evitó que Kevin Love ocupara el espacio natural que todavía no había empezado a devorar Green. Para la temporada 2013-14, en la antesala de la era Kerr y ya con Bogut e Iguodala, esa defensa históricamente irrisoria de los Warriors ya era la tercera mejor de la NBA.
Los Warriors estaban dejando atrás su rol tradicional de equipo híper atractivo pero inofensivo (Run TMC, We Believe…). Y entonces (mucho antes del salto al hiperespacio que supuso cambiar a Barnes por Kevin Durant) llegó Steve Kerr. Y con él Ron Adams, un gurú defensivo que fue mano derecha de Thibodeau y pasó de soñar con ser entrenador jefe a acomodarse en su función de ideólogo en unos Warriors cuyas coreografías defensivas le hacen evocar su adorada Gestalt: el movimiento, cómo lo percibimos y codificamos. Y, por encima de lo demás, el todo como trascendencia de la suma de las partes. Steve Kerr desmontó el tosco andamiaje ofensivo de Mark Jackon y Adams utilizó sus rudos cimientos defensivos para crear algo completamente distinto. Y completamente implacable. Algo que igualaba formas de atacar y entender y que descodificó en tiempo real esta nueva NBA sin posiciones, con el juego al poste tradicional en peligro de extinción y sin las normas que perseguían los atisbos de defensas zonales: ese algo son los Warriors 2014-17.
La clave de esa revolución defensiva ya nada silenciosa está en los cambios constantes de emparejamiento y la adaptación exprés a cada bloqueo y movimiento del rival, un ballet brutal en el que Draymond Green dirige, pilota y limpia la basura. El perfil de los jugadores de los Warriors evita que los rivales saquen ventajas o como mínimo ralentiza sus lecturas lo suficiente para permitir la reconfiguración o en última instancia las apariciones con la escoba de Green y un Durant que ha firmado esta temporada sus mejores números en rebotes (8,3) y tapones (1,6). Ya no se trata de que un rival no haga daño a un defensor sino de que este explote cualquier ventaja con la máxima agresividad: la defensa como ataque, el blitz en el lado fuerte de Thibodeau llevado a un extremo bélico hasta que el contrario pasa de la duda al pánico. En ese punto la defensa de los Warriors ya no está evitando puntos en su canasta: está anotándolos en la contraria.
Los Warriors han sido en la última Regular Season (la primera sin Bogut ni Ezeli, recuerdo) líderes en tapones, pérdidas del rival y robos. Sin moverse de la zona templada en personales cometidas. Fugados los pívots y con un Pachulia casi nulo en ese apartado, la protección del aro ha florecido en minutos de calidad de JaVale McGee y un nuevo concepto de verticalidad y ocupación de espacios de Draymond Green y Kevin Durant. Ni siquiera la intimidación es ya cosa de especialistas: el porcentaje de los rivales cerca del aro ha sido más bajo esta temporada que en los años de Andrew Bogut, el primer bastión defensivo que tuvo el equipo que nunca defendía, un precursor que permitió a Mark Jackson establecer un sistema básico pero efectivo que pastoreaba al playmaker rival hacia el aro y allí lo dejaba en manos de la inmensa humanidad del australiano. Ese principio lo conservaron y evolucionaron Kerr y Adams en sus quintetos grandes, si bien la verdadera revolución llegó con el small ball del quinteto de la muerte (Stephen Curry, Klay Thompson, Andre Iguodala, Harrison Barnes y Draymond Green) que ha derivado en megaquinteto de la muerte con Durant en el lugar de Barnes. Esa es la unidad de presión que genera tormentas de arena que ciegan al rival, la que concede rebotes y tiros cerca del aro a cambio de forzar pérdidas, salir corriendo, descomponer cualquier estructura de ataque exterior del rival. Los Warriors de Bogut, y ahí radicaba su temible capacidad de adaptación, eran excelentes en ambos formatos defensivos así que eran excelentes en cualquier tipo de partidos. Si el rival jugaba con pívots clásicos, su ritmo y rango de tiro le castigaba hasta que entraba al envite del small ball. Y ahí, lo supiera o no, ya era un cadáver.
Esa visión magnificente y radical de Ron Adams necesitaba el personal adecuado (con la tenaza exterior que generan Iguodala y un Klay Thompson que defiende al mejor guard rival y guarda fuerzas para ser demoledor en ataque) y un jefe como Steve Kerr. Porque también la defensa permite libertad a los jugadores a partir de unos conceptos de origen: si Stephen Curry se ha ganado el derecho a tirar triples de diez metros cuando siente que es el mejor atajo hacia la canasta, Draymond Green tiene carta blanca para operar según su instinto en la retaguardia. Él es en definitiva la llave, paradigma y al mismo tiempo jugador imposible de la actual NBA, olvidado del draft (número 35) porque con sus dos metros raspados no se sabía muy bien “en qué posición podría defender”. Por entonces nadie entendía que en realidad Green es el mejor defensor de la NBA precisamente cuando no defiende en ninguna posición y a ningún rival.
Salvo sorpresa (muy) notable, Draymond Green será elegido Mejor Defensor de la NBA 2016-17 después de haber terminado segundo en las votaciones de las dos últimas temporadas. Nadie salvo Rudy Gobert se ha acercado a las victorias aportadas por su defensa (defensive win shares), nadie ha robado más balones que él y nadie ha mejorado el porcentaje (con dos metros raspados…) en el que deja a los rivales en las proximidades del aro (por debajo del 44%). No es un protector del aro convencional pero es tan bueno como cualquiera en eso y no es una avispa exterior pero interrumpe tantos pases del contrario como John Wall. De hecho, y es un dato asombroso, casi el 7% de los ataques del rival acaban en robos o tapones de Green. Más allá de la métrica, que dice mucho, su influencia en cada jugada defensiva es monstruosa. Tiene 27 años. Si sigue al nivel de esta temporada (no digamos si continúa evolucionando) se retirará convertido en uno de los mejores defensores de toda la historia.
Porque Green tiene cosas que lo convierten en único: su capacidad casi admonitoria para leer el juego, su habilidad (y elasticidad) para defender a los guards rivales lejos del aro cuando se queda emparejado con ellos (el principio que permite y activa todo el entramado defensivo de su equipo) y, finalmente, algo que le distingue drásticamente de los otros aspirantes a mejor defensor del mundo, desde luego a los interiores convencionales pero también a Kawhi Leonard: Green no es un ni un terror por encima del aro ni un candado en los emparejamientos individuales sino que su verdadero valor aparece cuando no defiende a nadie y patrulla toda la pista (ahora con Kevin Durant como una sombra supersónica a su espalda) tapando agujeros, dando órdenes, ocupando espacios, previendo brechas y modificando pases y tiros por todo el ataque rival, de la línea de tres puntos a la de fondo. Green no hace desaparecer al mejor exterior rival como Kawhi Leonard ni saca tentáculos imposibles como Rudy Gobert. Sencillamente, genera cortocircuitos integrales en el ataque rival, de origen a finalización.
Es un hecho que el estilo de los Warriors contagia e inspira. Dinamiza la NBA. Pero hay cosas que no son replicables: el tiro de Curry es una, muy obvia, pero la capacidad defensiva de Green es otra que es más fácil pasar por alto a vuelapluma. Es el jugador perfecto para un sistema como el de Kerr y Adams que no enseña soluciones sino que enseña a solucionar. Los jugadores reaccionan por instinto y aprendizaje y exactamente eso, en el núcleo absoluto, son los Warriors: la Gestalt de Adams bajo esa estela de Steve Kerr que va de Phil Jackson a Gregg Popovich, sus mentores. Una revolución en ataque… pero también en una defensa que ya no es un secreto pero que siendo la verdadera llave del castillo. Los cimientos de un equipo que ya es eterno: el ataque provoca los incendios pero la defensa enciende las mechas.