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Zidane, el héroe que maneja una plantilla como manejaba el balón

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El predicamento. Cualquiera que haya soñado alguna vez con ser futbolista ha tenido un ídolo. Zinedine Zidane fue un futbolista descomunal y eso, en las reglas no escritas del fútbol, conlleva un predicamento formidable sobre los que hoy son sus pupilos. Todo el talento y la intuición que derrochaba de corto ha conseguido trasladarlos a su figura de entrenador. Tuvo la inteligencia para aprender que en el Real Madrid se gana más comportándose como Del Bosque o como Ancelotti, dando los méritos a los futbolistas, pasando de puntillas por las polémicas, poniendo una sonrisa a cada pregunta comprometida y tomando las decisiones difíciles, sin estridencias, a riesgo de parecer vulnerable. “Hacer lo que uno quiere, pero que parezca que lo han decidido ellos”, máxima de don Vicente.

Presente y futuro. Más allá de lo que pase en Cardiff, Zidane ha roto todos los estereotipos y no hay palabra que mejor defina su brillante tránsito por el banquillo blanco que la naturalidad. Con la misma facilidad que dominaba el balón, ha manejado el vestuario, ha gestionado los tiempos de Cristiano para que llegue sublime a la recta final, los sinsabores del suplente, la presencia de Casemiro, versión moderna del Makelele al que cedía la camilla de masajes y, sobre todo, ha conseguido que la afición se identifique con ese proyecto de estrellas rutilanes, españoles en plenitud y canteranos famélicos. Vamos, lo que siempre fue el Real Madrid y nunca debió dejar de haber sido.

Presente y futuro. Este título liguero, de valor mayúsculo, y el posible e inédito doblete en Champions habla de un momento mágico en la historia blanca, pero también, por la fisonomía de la plantilla y de los que vienen como Marcos Llorente, Vallejo o Theo, de un proyecto joven, identitario, con unas perspectivas envidiables. Un lugar que históricamente correspondió al Real Madrid y que, en la última década, había conquistado el Barcelona.

Los mensajes cruzados. Acordarse de un rival en cualquier festejo, venga del lado que venga, es un síntoma de debilidad. El mayor desprecio es no hacer aprecio, además de no ponérselo fácil a los que quieren entender rivalidad como enemistad. Esa delgada línea que algunos cruzan y que podemos acabar lamentando todos.