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ATLÉTICO 1 - EIBAR 0

Saúl conslida al Atlético en el tercer lugar

Un gol suyo en el 69’ asegura prácticamente el tercer puesto para el Atlético, que sólo piensa en la remontada ante el Madrid. Godín, expulsado en el 92’.

Saúl conslida al Atlético en el tercer lugar
JAVIER SORIANOAFP

Era el minuto setenta y Godín corría a la grada para abrazarse a Simeone y levantarlo en brazos. De fondo, la música del Calderón ya era el gol, el Atleeeti, Atleeeti atronador. Godín había sido quien, desde la izquierda, había lanzado un balón a la frontal para que Torres, intuyendo un movimiento a su espalda, lo dejó pasar para el remate de Saúl que, certero, lo envió a la red. Hacía nada, desde el fondo sur, habían brotado los nombres de los héroes del Atleti en los noventa. Kiko, Pantic, Caminero, Antic, Gil, el doctor Villalón (qué grande este recuerdo), Simeone. Y fue como si, de un mordisco, a Torres le hubieran quitado veinte años de encima.

El cambió el partido. Volvía a ser ese niño recogepelotas en el doblete, aquel crío que soñaba con saltar a ese lado del campo, con todo por hacer, ese futbolista que llegó de la mano de un abuelo para llenar de momentos ese estadio que se va. Después de ayer sólo 90 minutos de Liga le quedan. Nada detiene un reloj. Su tic-tac no sabe nada de emociones. Ninguna lo frena.

Serán 180 con el miércoles, la Champions, la última noche en Europa de Calderón, antes de la última de Liga, y costó, costó mucho. Y eso que ganar era ponerle una venda al martes, para llenar de fuerza el miércoles, para ser tercero virtual, para jugar a juego con ese tifo de la grada: Combato y me levanto. Es la sangre rojiblanca.

Imposible no emocionarse. Aunque Inui pintara más ocuro esa posición últimamente marrón en el Atleti, el lateral derecho, y tratara de escaparse de Thomas en cada carrera. Aunque le costara al Atleti quitarse ese comienzo avasallador del Eibar, que jugaba de la mejor manera que se puede jugar. Sin estar pendiente de un rival o la clasificación en un periódico, jugando sólo por disfrutar. Pero esos minutos, de mucha posesión y transiciones rápidas, terminaron solamente en una ocasión: latigazo de Inui que detuvo Oblak. El Atleti comenzó a crecer desde ahí.

La afición del Atleti había abierto el campo con su voz, tirando de sus esquinitas, lo había hecho gigante, con su himno a capella, con todos esos nombres de ayer que lo habían hecho grande, inolvidable aunque se vaya. Luis, San Ramón, don Vicente, el presidente que lo terminó, Collar, Adelardo, Gárate...

El principio del Atleti era la izquierda, siempre la banda de Filipe, pero al llegar al área de Yoel, la noche. Le cayó encima a Griezmann la primera vez que Filipe le encontró desde la izquierda. Estaba en los ojos del árbitro, para no ver una mano de Ramis en el área (lo fue). Se precipitó sobre Carrasco después de que el belga corriera, sentara a Ramis con un quiebro de genio y solo, con toda la portería ante él, gigante, todo red, enviara el balón al aire, allá donde el fondo sur seguía recordando, nombre a nombre, sus héroes. Rivilla, Rodri, Reina, Ayala, Leivinha.

Justo al final de esa primera parte, Thomas, todo personalidad, regatea a Juncá, llega a línea de fondo, centra hacia atrás y Saúl remata solo pero alto, vuelven a enviar ese balón allá donde ahora no hay nombres, ese fondo donde hace más de 50 años Luis marcó el primer gol del Calderón.

Los nombres del ayer siguen brotando de la grada, Baltazar, Julio Prieto, Votava, Marina, Arteche, Luiz Pereira, Futre, Alemao, cuando uno de ahora pisa el césped, Torres, que entra por Gaitán. El principio de la segunda parte, sin embargo, es un calco de la primera. Pedro León dispara desde fuera del área con el ojo en la escuadra. Se desvió por milímetros. El Atleti se subió al talento de Carrasco para desarmar al Eibar y su partido, lleno de trabas.

Pero en el área de Yoel seguía siendo de noche para Griezmann y Carrasco. Entonces, la grada llegó a esos protagonistas que son el doblete y en la cara de Torres las pecas relucían más fuerte que nunca. Asistió a Saúl, después inventó un pase de cuchara, un pase de espuela, cada jugada una genialidad. Sobre el Atleti ya la tarde limpia. La grada había llegado a hoy. Y entre sus nombres estaba el apellido de El Niño, y también Raúl García, Antonio López, Gabi, Miranda, Ujfalusi, Falcao, Godín, Koke, Maxi, Carlos Peña, Briñas. Pero había un lugar del que la noche no se había espantado: los ojos del árbitro. Embarulló el final, lo lanzó al caos. Fernandez Borbalán tenía ganas de show y show montó.

Expulsó a Godín no se sabe muy bien por qué (a ver qué dice el acta), y animó a un Eibar que en  ningún momento dejó de buscar el empate. Con Pedro León en todo, primero con un remate de Escalante y luego con un remate desesperado que despejó Tiago y era gol. A este jugador deberían clonarlo, por cierto. Su nombre, de nuevo, llenaba todo el aire. Simene agitaba los brazos, pidiendo más decibelio a la grada, aún más, aunque fuera imposible, el partido llegó al final, pero de allí nadie se movería.

Cada minuto en el estadio es el último, ahora sí, el último en Liga, el último en Europa. La gasolina para el miércoles fueron durante quince minutos cincuenta y cinco mil gargantas, Atleeeetis, infinitos directos a esos jugadores que en sus botas tienen lograr otra noche como aquella del Cagliari, como aquella ante el Celtic, como estas recientes del Barça, para que sus nombres, todos, tampoco se vayan nunca, aunque el estadio lo haga pasado mañana.