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Messi, Bale y el desgobierno

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Un fenomenal clásico, probablemente uno de los mejores que se hayan visto jamás en el Bernabéu, saludó la impresionante magnitud de Messi, autor de un partido apoteósico, y recordó punto por punto las cualidades y defectos del Real Madrid. Una característica que se ha repetido casi invariablemente es su dificultad para gobernar los partidos de punta a punta, un riesgo que ha comprometido al equipo desde el principio de temporada y especialmente en los dos últimos meses. No hay partido del Real Madrid con súbitas pérdidas de control y victorias angustiosas.

Excepto en Eibar, el Madrid no ha administrado los partidos con la mano férrea que se le supone. Al contrario, han sido numerosas las proezas de última hora, empujadas por la ambición competitiva del equipo y por su fastuosa colección de jugadores. Los sucesivos desarmes y rearmes del Madrid se han producido ante toda clase de rivales, con un riesgo creciente frente a grandes como el Bayern -el Bernabéu vivió infartado el partido de vuelta- o el Barça, que salió ganador del partido en medio guirigay final.

Virtud y defecto se mezclan en la reiteración del Madrid por complicarse la vida y salir a flote como sea, pero estaba claro que es una fórmula inconveniente, más aún cuando enfrente se impone el mejor Messi que se recuerda en el Bernabéu. Se ha dicho todo de su actuación. No caben más elogios al más brillante de los futbolistas. Había pasado de puntillas por los últimos clásicos y no se había distinguido ni frente al París Saint Germain, ni contra la Juve. Esta vez fue imparable. Pocas veces se ha visto en Madrid un despliegue tan excepcional de habilidades, inteligencia, personalidad y remate. Su memorable partido además tuvo el color sepia de las viejas fotos: ganó el partido masticando la gasa que detenía la hemorragia en la boca.

El Barça confirmó que mantiene casi intacta su pulsión competitiva cuando se mide con los mejores de la Liga. No ha perdido un partido frente a los 10 primeros del campeonato. Ha manifestado sus problemas con los peores, un dato tan recurrente como la inestabilidad del Madrid en la mayoría de los partidos. Al Barça, que tiene fama de equipo fino, no le falta orgullo, ni contundencia. Ha ganado seis de los ocho últimos títulos de Liga. No es un equipo hipersensible. En términos estrictamente competitivos ha sido bastante más fiable que el Real Madrid en el día a día. O sea, en la Liga.

Aunque el Real Madrid dispuso de varias oportunidades y exigió una fenomenal respuesta de Ter Stegen, sus problemas se multiplicaron cuando Casemiro, claramente expuesto a una segunda amonestación, abandonó el campo y dejó abierto un boquete que Kovacic nunca logró cerrar en el eje vertical del campo. Tampoco invitó al entusiasmo la inclusión de Bale en la alineación. Sonó a decisión forzada, poco natural, ajena a la pletórica realidad actual de Isco y Asensio.

Bale atraviesa una fase de cristal. Eso no se le escapa a nadie, ni a los hinchas, ni a los periodistas, ni a los jugadores. Es una estrella y ha costado un dineral, pero el aficionado medio del Madrid prefiere ver a Asensio antes que al galés. En cuanto a Isco, regresó al estado anterior a Gijón. No jugó un minuto frente al Barça. Se dijo que su heroico partido en El Molinón le garantizaba su continuidad en el Real Madrid. Una semana después, Isco vuelve al sombrío territorio de costumbre.