Atlético da una vida al Leicester, gana con gol de Griezmann
Monólogo del equipo rojiblanco que tuvo innumerables oportunidades para dejar encarrilada la eliminatoria. El Leicester sale del Calderón muy vivo, pese al gol de Griezmann.
El primer gol lo marcó Gárate, sin necesidad de salir del túnel. Su foto, en blanco y negro, es lo primero que los futbolistas del Atleti se encuentran cuando salen del vestuario. Gárate, celebrando un gol. Su puño cerrado, un grito enmudecido que llena la música que ya suena sobre sus cabezas. ¡La Chaaampions! Once hombres que cuando saltan al campo les arden las botas.
Veintisiete minutos después, ese gol ya estaba en el marcador. Había salido ofensivo, volcado, como si el partido que acababa de comenzar fuera a terminarse ya, ante un Leicester que ni defendía tan férreo ni se pellizcaba. El Atleti no le dejaba. Cada ocasión que tenía acababa en un ¡uy! La tuvo Carrasco, la Torres y después Saúl antes de que Koke, con un tirazo, casi destrozara el palo de un Shmeichel que en el minuto tres ya perdía tiempo al ir a sacar de portería. Lo intentaba el Atleti de cerca, de lejos, desde todas partes, mientras iba pintando rayas rojiblancas al balón de estrellas.
En el minuto 16 Shakespeare se levantó del banquillo y empezó a gritar y ordenar a sus jugadores en la distancia. Sólo una carrera de Vardy había dejado el Leicester sobre el Calderón. La superioridad atletica era insultante. Ganaba todas las carreras, todos los saltos y jugadas, tan fácil como lo haría un hombre ante niños. La primera jugada con más de diez toques del Leicester llegó en el minuto 17, después de otro intento de batir de lejos a Schmeichel, ahora Saúl.
El Atleti levantó el pie, quizá para tomar respiro y el Leicester poco más necesitó para presentarse ante Oblak. Entonces llegó el gol y, mientras lo hacía, el Atleti mataba otro fantasma: penalti. Agarró un balón en su área Griezmann y corrió pegado a la cal como si no hubiera mañana, ni siquiera dentro de un rato, corrió y sólo cuando llegaba al área de Schmeichel un inglés salió a detenerle. Era Albrighton, que lo derribó sobre la línea, casi dentro pero fuera. El árbitro pitó penalti, el francés lo metió. Adiós maldición adiós. Adiós penalti fallado en Milán, adiós. El Atleti levantó los ojos, allá donde aletea ese nombre que empuja cada carrera: Cardiff.
Volvió el dominio insultante. Gabi barría y tocaba, Saúl ponía cuerpo y zancada, Carrasco, la chispaa y Griezmann las flechas. Mientras, Koke, sin soltar la brújula en ningún momento, buscaba el 2-0 con otro disparo desde fuera del área y el reloj seguía dando minutos, ajeno. Schmeichel, por cierto, ya no perdía tiempo.
Cuando el árbitro pitó el descanso el Atleti se fue serio al vestuario. Nada de sonrisas, nada de fiarse. La película de un Leicester maniatado ya la habían visto hace no mucho y no se fiaban. Vino con giro final. El Sevilla sacó el confetti antes de tiempo y después lo que le tocó fue barrerlo, mientras la fiesta se vivía en Inglaterra.
Shakespeare hizo el primer cambio nada más emerger de la caseta, tras el descanso. Introdujo a King para intentar frenar la avalancha y equilibrar el juego. El Atleti se contuvo, serísimo, dominando los tiempos y el balón. Da igual que Mahrez asomara un poco, que pidiera un penalti que el árbitro no dio porque consideró que fingió, Vardy seguía siendo una isla, tan solo. Shakespeare lo sacó en el 77’ para que no viera esa amarilla que le impidiera jugar en Inglateterra. Su delantero había perdido la batalla claramente ante la mejor defensa de Europa. Sobre el césped del Calderón sólo dejó sudor.
Buscó el Atleti aumentar esa distancia, subir otro gol al marcador, pero una vez Torres se resbaló y, cuando salió Correa, por Carrasco, no terminó de atrapar un último pase. Se paseó el balón solitario por la línea de Schmeichel justo antes de que el árbitro pitara el final y Simeone echara un último vistazo, serio, al marcador.
Tenía razón. La eliminatoria se resolverá en Inglaterra. Pero Cardiff ya está un gol y 90 minutos más cerca. Si ganan, podrán regalarle otra noche más de vida al viejo estadio, la última, una semifinal, mientras que, de fondo, esa música sigue sonando. La Chaaampions.