La cabeza de Ramos le vuelve a dar otra victoria al Madrid
Su enésimo gol de cabeza en la recta final vuelve a enmascarar un mal partido del Madrid. Mateu perdonó la roja a Keylor, que tuvo un error clamoroso y una intervención providencial.
Empezó en el minuto 93, como hecho excepcional, épico, y ahora simplemente es rutina. Ya pasa hasta dos veces por semana. El Madrid acaba siempre en el gol de Sergio Ramos, la inmensa mayoría de las veces tras un fracaso colectivo, con el agua al cuello. El cabezazo a los postres llegó esta vez en el minuto 80’, al final de un partido en el que un error de Keylor apagó al equipo y que no supo iluminarse después. Sirvió para devolver el liderato a un Madrid con demasiados jugadores de sangre azul. Un proyecto que tiembla con cualquier reposo de Casemiro y que sólo encuentra reparación en el más milagroso central que conoció el club.
El Bernabéu lleva un tiempo como sede parlamentaria del madridismo. No hay semana en el que no se abra un debate. En realidad, unos suceden a otros. El de Keylor se coló en la conversación sobre la BBC, grupo de élite en el que la ausencia de uno de sus miembros ha pasado de sobrellevarse a celebrarse. Sucedió que el colombiano encadenó dos meteduras de pata, la segunda muy gruesa, y ya no se habló de otra cosa en el estadio.
El Madrid había salido impulsado por el desvanecimiento del Barça en Riazor y en su versión más imaginativa, con Isco y James, también con Morata por Benzema, un brindis al público. Ese centro del campo forrado en terciopelo envolvió al Betis, le metió en su área, le hizo correr tras la pelota, le empujó contra Adán. Modric estilizaba de nuevo la figura del equipo y Cristiano encajaba como un guante en ese papel de delantero centro hacia donde le dirige su carrera. Y de pronto irrumpió Keylor, que intentó cortar torpemente un envío largo de Sanabria. Salió a por uvas. Ya le ocurrió con Boateng ante Las Palmas y le costó un gol. Esta vez se aseguró, tras meter su cabezazo al aire, de que Brasanac, que perseguía el envío, no llegara a ninguna parte. Falta y roja. Y ni lo uno ni lo otro vio Mateu, cuya obsesión por la permisividad le ha llevado al desvarío. No es buen momento para dejar mal al colectivo al que pertenece, más que nunca bajo sospecha.