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París deja al Barça en ruinas

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El Barça del afamado tridente saltó por los aires en el Parque de los Príncipes, donde el PSG le propinó una paliza terrible y dolorosísima. Un Knockout de manual. Una humillación de las que tardan en olvidarse y que sacó a la luz todas sus miserias. Por lo visto, muchísimas. Hace tiempo, y por más que lo proclamen de manera artificial y casi pastosamente sus dirigentes, el Barça dejó de ser el mejor equipo del mundo para convertirse en uno más. Uno bueno, sin duda, pero con unos tremendos desajustes. Para empezar, tácticos. Luis Enrique, en su peor noche como entrenador del Barcelona, se comió todos los trucos de Emery, que le colocó de mediapunta a Di María hasta reventarlo. Para seguir, físicos. Busquets pareció un alma en pena. Por más que sea un jugador con jerarquía, caminando no se puede jugar al fútbol. A Iniesta también se le vieron las costuras físicas y a André Gomes, las del alma.

Quedaba el tridente. A Neymar le dolía un pie y se quitó de en medio para arreglarse su preciada bota mientras el PSG, hambriento, fabricaba la falta del 1-0. A Suárez se lo merendó un yogurín, Kimpembe. Finalmente, Messi. Su ánimo, su fútbol, es la imagen del alma del Barça. Perdió un balón inaceptable en el 2-0, empequeñeció en un mar de piernas. Naufragó en París donde el edificio del Barça se quemó y quedó en ruinas. Levantar el 4-0 es una quimera. Pero su problema mucho más grave. Hace tiempo parece empeñado en decir que es el equipo del tridente. Antes, hace muy poco, el Barça era otra cosa. Más sana.