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Sobre Zúrich y la sonrisa de Bartomeu

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La sonrisa liofilizada de Bartomeu en la gala de la FIFA recuerda a la de una azafata en un vuelo con turbulencias tratando de mantener la calma entre el pasaje. Seguro que les ha pasado alguna vez. El avión empieza a revolverse, crecen los murmullos de desasosiego entre la tripulación y suspenden el servicio de cátering. La azafata pasa entonces a nuestro lado ofreciendo una sonrisa rígida, como sostenida por unos palillos, y es ahí cuando te das cuenta de la gravedad del asunto, que encima ni siquiera vas a poder relajarte con el JB que te recomienda el médico para superar el pánico a las alturas. El presidente del Barça también trataba de aparentar calma y tranquilidad, pero nunca como ahora su gesto ha parecido tan impostado. Es como si las turbulencias que en los últimos meses sacuden a la nave blaugrana afectasen a esa autoridad serena de la que hacía gala. La tripulación se le ha amotinado sin que haya podido imponer la ‘autoritas’ del comandante del vuelo.

El ridículo por la ausencia de la plantilla en Zúrich sólo es comparable al regocijo que ha provocado en el madridismo, lo que debería ya dar a los promotores una pista de lo ‘acertado’ del motín. Sólo ha servido para ensalzar al Madrid y extender urbi et orbi la imagen de una plantilla antipática, algo que hasta ahora era patrimonio exclusivo de su entrenador. Luis Enrique siempre aparece ante la Prensa como Aureliano Buendía, convencido de tener en frente al pelotón de fusilamiento. Dicen que ha sido Piqué el líder del amotinamiento. Si es así, su imagen como futurible y deseable presidente del Barça ha salido dañada apenas unas horas después de apuntar su dedo contra el presidente de LaLiga en el campo del Villarreal. Una cosa es tirar una bomba fétida en un avión con 24 años y otra liderar esta revuelta siendo un padre con toda la barba.

Este episodio tan ridículo recuerda a aquel que protagonizó el entonces presidente Núñez cuando obligó a la plantilla a no disputar un partido de vuelta de la Copa ante el Atlético para mostrar su malestar contra la FEF por haber perdido en la ida. Se colocó todo el equipo en la banda del Camp Nou, y cuando el árbitro y el rival ya estaban en el círculo central para el sorteo de campo, Guardiola, el capitán, bajó la cabeza como evidenciando su vergüenza ajena por aquel disparate impuesto desde el palco, se miró los pies antes de salir él solo a su encuentro y se dijo entre dientes ‘a ver cómo les explico yo esto’.

La ausencia en la Gala, como en aquel partido copero, va a ser imposible de justificar. Mejor entonar cuanto antes el borbónico ‘lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir’ y esperar que mejore el tiempo o que el viento sople de cola. No vaya a ser que para el próximo vuelo, ante tantas turbulencias, sea Messi el que decida cambiar de compañía.