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Se han cumplido 365 días desde que Zinedine Zidane tomara las riendas del primer equipo del Real Madrid. Es un momento excelente para hacer balance. Creo que ni los más optimistas sospechaban un rendimiento tan alto, hacerlo mejor en un año es casi imposible. Zidane se ha ganado todos los halagos posibles. Ha conseguido acallar las voces más escépticas, esas que echaban mano de su falta de experiencia para juzgar y condenar de antemano a un entrenador sin ni siquiera haberle visto dirigir un entrenamiento, un partido o dar una charla técnica. Aún así pienso que todavía no se le atribuye el mérito que merece. Quizá sea por su propia personalidad.

No le gusta ponerse las medallas, casi siempre le otorga ese premio a los futbolistas, se manifiesta desde la humildad y la naturalidad, no le gusta sacar pecho en las victorias y tampoco se inquieta cuando se pierde o no se ha jugado bien. Lo primero que consiguió hacer tras su llegada fue subir la moral de los jugadores. La plantilla estaba tocada y Zidane, rueda de prensa tras rueda de prensa, no paró de transmitir lo buenos que eran sus pupilos, les hizo volver a creer en ellos mismos.

Pero lo más importante de todo es que volvió la sensación de equipo con mayúsculas. Poco a poco se empezó a ver a un grupo humano unido, creyendo en una misma idea, en el que todos se sienten importantes y lo dan todo cuando les toca jugar. Su palabra más repetida es “trabajo” y la realidad es que a partir de ahí se consigue todo en esta vida. Con un porcentaje de victorias de un 75%, una barbaridad, batiendo todos los récords y sacando máximo rendimiento a todos los componentes de su plantilla. Sobresaliente es la nota para Zidane y su cuerpo técnico en este primer año al mando del Real Madrid. Apuesto que serán muchos más.