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Autoridad y política

Actualizado a

Sorprendió el ataque de nostalgia de Zidane en Varsovia, donde el Real Madrid instaló un 4-2-4 que se no veía desde tiempo inmemorial. La presencia de Morata junto a Bale, Benzema y Cristiano significó la retirada de un centrocampista en la alineación, sorpresa de categoría en el fútbol actual, donde existe un angustioso temor a adelgazar el medio campo. Y con mucha razón. El 4-2-4 sólo se utiliza en momentos desesperados, cuando los equipos se desprenden de cualquier rigor táctico para emprender el asalto final a un partido que se escapa. ¿Pertenecía el partido frente al Legia a esta categoría? Desde luego que no.

El 4-2-4 desapareció del fútbol como táctica mayoritaria en 1966, hace exactamente 50 años. Inglaterra ganó el Mundial con dos presuntos extremos, Alan Ball y Martin Peters, que oficiaron como centrocampistas en toda regla. Y de los buenos. Desde entonces, los equipos ingleses han vivido mayoritariamente del 4-4-2, que a estas alturas del fútbol todavía tiene sus partidarios, a pesar de las numerosas novedades tácticas que hemos visto en el último medio siglo. El 4-2-4 supone un riesgo casi insalvable para el medio campo, destinado a soportar los problemas de la fractura entre defensas y delanteros.

O Zidane sospechó que el Legia era un rival tan cómodo que permitía licencias tácticas imprevistas, o forzó el dibujo para incluir a Morata junto a Benzema, Bale y Cristiano, la innegociable BBC en el equipo titular. Suena más a la segunda posibilidad que a la primera. El Legia es un equipo de medio pelo, pero el Real Madrid necesitaba sellar la victoria en Varsovia para no comprometer su clasificación, y sobre todo el primer puesto del grupo, en los dos últimos encuentros, con el Sporting en Lisboa y el Borussia Dortmund en el Bernabéu.

El técnico francés, que tiene fama de excelente gestor de jugadores, prefirió hacer política que modificar lo innegociable. Morata merece algún guiño de complicidad antes de caer en el abatimiento. Desde el regreso de Benzema, Morata ha sido suplente, aunque su rendimiento ha favorecido varias victorias importantes del Madrid en los últimos minutos, entre ellas frente al Sporting de Lisboa y el Athletic.

Alrededor de Morata se ha generado una corriente de simpatía relacionada con sus méritos. La distancia entre su rendimiento y su ausencia en las alineaciones titulares parecía excesiva, pero la decisión de Zidane pareció extravagante y excéntrica: despoblar el medio campo, incluir a Morata y mantener a Bale, Benzema y Cristiano. En términos políticos, no molestó a nadie. En términos futbolísticos, el Madrid se complicó la vida. Empató a última hora, recibió tres goles de un rival mediocre y se obliga a empatar en Lisboa para asegurar la clasificación y a ganar si quiere optar a ser primero de grupo, vital en la Champions.

Es difícil entender el temor telúrico a sentar de vez en cuando a Benzema, Bale o Cristiano. A los tres les avala una trayectoria que no va a perder un gramo de prestigio por descansar cuando el entrenador lo decida. Y a Morata le conviene sentirse esencial en el equipo. En cuanto a Zidane, tampoco debería temer por su posición cuando toma decisiones fuertes. Su problema no procederá de la autoridad, sino de la falta de autoridad, y Zidane tiene a su favor el aprecio de la hinchada, la Copa de Europa y su condición de figura eterna del fútbol.

Aunque el Madrid no pierde desde tiempo inmemorial –los últimos 27 partidos oficiales–, Zidane parece más pendiente ahora mismo de las cuestiones diplomáticas que de construir una estructura fuerte y reconocible de juego. El partido de Varsovia sólo sirvió para confirmar esta preocupante tendencia.