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Zidane politiqueó y el Legia lo aprovechó

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Zidane politiqueó y lo pagó. Sacó a Morata, avalado por la afición y por sus propios méritos, pero sin tocar la intocable BBC. Así que cuatro delanteros, dos medios y cuatro defensas, como se jugaba en los sesenta. Se fiaba, claro, de la superioridad natural de los jugadores del Madrid sobre los del Legia, vapuleados ya en el Bernabéu, y en su propio campo por el Dortmund. Al principio pareció funcionar, y no sólo por el gol de salida de Bale, magnífico. Morata y Bale hacían aparentes esfuerzos hacia atrás y Benzema se movía con soltura por arriba. Así que a pesar de la noche espesa de Cristiano, el Madrid se puso cómodamente 0-2. 

Pero el fútbol admite herejías hasta cierto punto. Con tan buena ventaja, el Madrid se abandonó en su superioridad y le perdió la cara al partido, de modo que no fue extraño lo que ocurrió después: el Legia se le subió a las barbas, descubrió que podía recorrer la pradera del medio campo sin obstáculos y fue creando dificultades recientes. Así fueron cayendo sus goles, hasta dar la vuelta al partido. Zidane reaccionó con prudencia primero (Lucas Vázquez por Benzema) y con nerviosismo creciente después, cuando aún con 2-2 desarmó la defensa como si anoche mismo se jugara la eliminación. Así, en pleno despelote defensivo, encajó el 3-2.

El asunto no acabó en desastre por el gol de Kovacic (que estuvo a todo, en un partido magnífico), e incluso pudo acabar muy bien, si llega a entrar en el último instante un cañonazo de Lucas Vázquez que restalló en el larguero. De hecho, el empate no es una catástrofe en la tabla, pero la sensación de un Zidane patinando sobre las cuatro ruedas y manteniendo finalmente a duras penas el coche en la carretera va a tardar en borrarse. Anoche le salió una mancha a su prestigio. Empezó el partido con Benzema y Morata juntos y acabó sin ninguno de los dos y con Mariano en el campo. La consecuencia final fue un empate caótico.