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Ningún jugador brasileño está más asociado a la figura del capitán que Carlos Alberto, el fenomenal lateral derecho que levantó la Copa del Mundo en el Mundial de 1970. Era Ó Capitão, el hombre que merecía el respeto de la mayor colección de estrellas que ha conocido el fútbol, desde Pelé a Gerson, pasando por Tostao, Rivelino, Jairzinho y Clodoaldo.

Sus artes políticas, tan necesarias en el equipo como en su agitado entorno, resaltaban todavía más el perfil de uno de los mejores laterales de la historia, el perfecto ejemplo de la influencia de los grandes defensas brasileños en el juego de ataque. La expresión máxima de Carlos Alberto está unida a una de las jugadas más famosas de la historia, la que define la eterna modernidad de aquella selección.

La selección brasileña, que había entusiasmado en la mayoría de los partidos del Mundial 70, estaba a punto de cerrar la victoria sobre Italia en la final. Faltaban cuatro minutos de partido, cuando se produjo una maravilla coral sin precedentes en la historia de los Mundiales. Tostao, delantero centro nominal, persiguió a Juliano y le arrebató la pelota cerca del área brasileña. Con un pase corto, conectó con el central Piazza, que alargó hasta Clodoaldo. El pase del joven medio centro del Santos a Gerson estaba cantado: Gerson era la máxima autoridad en el medio campo. Clodoaldo le pasó el balón. Gerson se lo devolvió. Allí se desanudó la jugada.

Con un desparpajo típicamente brasileño, Clodoaldo regateó a cuatro italianos, antes de despachar el pase a la izquierda, a Rivelino, que desde la raya central profundizó hacia Jairzinho, situado como extremo izquierdo y perseguido por Facchetti, como ordenaba el manual de los marcajes al hombre. Jairzinho amagó, desequilibró al italiano y trazó la diagonal hacia el área. Acudieron los centrales italianos para sofocar el peligro, pero abandonaron el marcaje de Pelé, libre al borde del área grande.

Pelé recibió inmediatamente el pase de Jairzinho, controló y se perfiló porque un tren llegaba a toda máquina por la derecha. Era Carlos Alberto. Con un tacto y una precisión exquisitas, Pelé adelantó suavemente la pelota para que coincidiera con la carrera del lateral. La solución era cosa de Carlos Alberto, que cruzó un derechazo espectacular, de una plasticidad asombrosa. Albertosi se estiró inútilmente. Fue el cuarto gol.

Ocho brasileños intervinieron en la jugada. Sólo quedaron fuera de la escena el portero Félix, el central Brito y el lateral Everaldo. La inició el delantero centro. La terminó el lateral derecho. La más brillante demostración imaginable de fútbol coral. Minutos después, Carlos Alberto levantó la Copa del Mundo. Atrás había quedado un Mundial inolvidable y una tumultuosa fase de clasificación.

Semanas antes fue defenestrado el seleccionador Joao Saldanha, enemigo del dictador Emilio Garrastazu Médici. Saldanha tampoco estaba en buenos términos con Pelé. En medio de aquel ambiente, Carlos Alberto, un carioca que había comenzado su carrera en el Fluminense antes de fichar por el Santos, ofició de hábil y sereno capitán.

Carlos Alberto fue doblemente decisivo. Sin palabrería --su charla al equipo en la final duró un minuto--, su ascendencia sobre el equipo fue tan incuestionable como su autoridad futbolística. Era un prodigio de lateral. Su fama y su amistad con Pelé le llevaron después al Cosmos de Nueva York. Tras la retirada, dirigió en Brasil, Asia y África. El martes falleció de un infarto a los 74 años. Para los aficionados al fútbol siempre será un inmortal.