Un podio nacido a gran altitud
Quintana nació en Tunja, a 2.822 metros de altitud. Chaves, en Bogotá, a 2.640. Froome, en Nairobi, a 1.661; después, con 15 años, se fue a vivir a Johannesburgo, a 1.753. ¿Casualidad que los tres ciclistas podio de la Vuelta nacieran y se criaran a gran altitud? No lo creo. Por definición, quienes crecen por encima de los 1.500 metros gozan de forma natural en su organismo de lo que los ciclistas han buscado durante tantos años con la EPO: más hematocrito. Es decir, más glóbulos rojos para transportar más oxígeno a los músculos y así tener más resistencia. Estas personas tienen al menos mayor facilidad para aumentar el hematocrito en cuanto regresan a la altitud. Su organismo reconoce esa necesidad rápidamente.
Cuando la EPO circulaba por el pelotón indiscriminadamente, había ciclistas que competían con más hematocrito que los nacidos en grandes altitudes. Ahora que la EPO se detecta, los colombianos vuelven a destacar, como en los tiempos que lo hicieron antes de que se utilizara la EPO. Y entre los colombianos aparece Froome, quien se ha beneficiado igualmente de haberse entrenado y competido —en los Mundiales Sub-23 representó a Kenia— en alturas próximas a los dos mil metros. El podio de la Vuelta es una consecuencia lógica del mayor rigor de la lucha antidopaje. También lo es que el ciclismo español haya retrocedido veinte años con respecto a sus resultados en la Vuelta. Pero ése será otro tema.