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Alcácer, Lim y el desánimo

Paco Alcácer ha pedido al Valencia que le traspasen al Barcelona, solicitud que no debería sorprender a nadie. Cuando el Barça y el Real Madrid deciden pescar en el mercado, nadie se resiste, ni en España, ni en ningún otro campeonato. Txiki Begiristain, director deportivo del Manchester City, suele decir que conviene retirarse en el momento en el que el Real Madrid entra en acción. A Isco le faltaron ocho horas para fichar por el equipo inglés, las necesarias para que Florentino Pérez y José Ángel Sánchez convencieran al padre del jugador. Puede que el fútbol inglés disponga de más dinero que nadie, pero las llamadas del Madrid y del Barça son el grito que más se escucha en la selva.

El caso Alcácer ofrece, sin embargo, varias derivadas. La primera se relaciona menos con el jugador que con el club. Durante los 10 primeros años de este siglo, el Valencia pareció el equipo español más capacitado para desafiar al Real Madrid y al Barça. Ganó dos Ligas, alcanzó dos veces la final de la Copa de Europa, era un fijo en la Liga de Campeones y el club irradiaba un fulgor amparado por una impresionante burbuja económica y política. En los días de esplendor, el Valencia negó el traspaso de Mendieta al Madrid. Prefirió que lo contratara el Lazio. El club quería competir de igual a igual con los dos grandes.

La brutal crisis económica del Valencia, agudizada por el pestilente clima de corrupción que ha dominado la escena política y financiera del Levante español, acabó con las pretensiones del club, pero no con el orgullo de su hinchada. El Valencia se desprendió de tal cantidad de estrellas que sorprende su capacidad para evitar un batacazo monumental. El agujero económico significó la marca de Villa, Silva, Alba y Bernat, entre otros estupendos jugadores. A la descapitalización futbolística se añadió la ruina económica. Se llegó a temer, y con razón, la desaparición del Valencia. Por primera vez en su historia, en Mestalla hubo menos preocupación por las habilidades de los entrenadores que por el futuro de la institución.

La frustración actual, conectada al caso Alcácer, se debe a las inmensas expectativas que alimentó Peter Lim, el empresario de Singapur que salvó al Valencia de la quiebra. Se disparó el optimismo hasta grados superlativos, aunque nunca quedaron muy claras ciertas vinculaciones con Lim: el agente Mendes, fondos de inversión, etc. Se prometió un Valencia triunfal, se ficharon futbolistas prestigiosos y regresó el entusiasmo perdido. Se olvidó, en cualquier caso, que el fútbol es un negocio muy apetitoso y que la relación entre los hinchas y los clubes nada tiene que ver con el pasado. El vínculo del aficionado es estrictamente sentimental. De todas las demás cuestiones se ocupa el dueño.

Los dueños actuales no han estado a la altura de sus promesas. No han generado ni credibilidad, ni fiabilidad. Los aficionados sospecharon el pasado año que el equipo iba a funcionar como escaparate en el mercado europeo. El traspaso de Otamendi al Manchester City mereció considerables críticas. La deriva del equipo, que no alcanzó un puesto en las competiciones europeas, empeoró la situación. Se esperaba el tercer año de Peter Lim para conocer sus verdaderas intenciones en el Valencia. Por ahora remiten a las del típico club vendedor. Se fue André Gomes, el prometedor centrocampista portugués, al Barça y se sabe del fastidio de Mustafi, dispuesto a abandonar Valencia. Ahora llega la petición de Alcácer.

De todas las malas noticias posibles para el Valencia, la peor es la salida de Alcácer, el jugador que representaba mejor que nadie el vínculo con el club. Forjado en la cantera, internacional cotizado, símbolo del equipo en tiempos muy difíciles, Alcácer es más que un futbolista, no tanto por lo que es como jugador, como por lo que representa. Su deseo de fichar por el Barça, donde le corresponderá el papel de suplente, deja al Valencia en un desánimo irremediable. Se va el jugador bandera y se regresa a la desesperanza.