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Bolt, Van Niekerk, Rudisha

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El atletismo estadounidense ha vivido como una condena el esplendor de Usain Bolt y sus consecuencias en las distancias cortas. Después de décadas de dominio, en algunos casos hegemónico, los norteamericanos no han conseguido una medalla de oro en 100 y 200 metros en las tres ediciones de los Juegos. Tampoco en el relevo 4x100. El efecto Bolt se ha extendido como un ciclón por Jamaica. Sus mujeres han desbancado a las estadounidenses, que no encuentran el antídoto. A Shelly Fraser, ganadora de los 100 metros en los Juegos de Pekín y en los de Londres, le ha sucedido Elaine Thompson, que ha añadido el oro en 200 a su victoria en los 100.

Esta explosión vuelve a situar a Bolt y Jamaica en el centro del escenario mundial. La pequeña isla del Caribe ha sido generosa en grandes sprinters, incluido Don Quarrie, ganador del 200 en los Juegos de Múnich 72. Aunque parezca increíble en estos años de superproducción de grandes campeones, Jamaica no había conquistado hasta entonces ningún oro olímpico en las distancias cortas. Su primer vencedor en los 100 metros fue Bolt en Pekín 2008. Desde entonces el diluvio.

El efecto Bolt se puede relacionar con las expectativas que generó desde niño el gran campeón jamaicano. Más que por un predestinado, los jamaicanos le tenían por un mesías. En un país fascinado por el atletismo, la figura de Bolt ha adquirido un carácter casi religioso. Sus fabulosas marcas juveniles animaron a un optimismo que sólo se cuestionó en los Juegos de Atenas. Bolt tenía 17 años y las expectativas eran tan elevadas que hasta los políticos discutieron las causas de su eliminación en la primera serie de los 200 metros. Bolt se había convertido en un asunto de Estado.

Desde entonces, ha barrido las pistas como ningún otro atleta en la historia. Con su éxito en el 4x100, Bolt despidió su aventura olímpica. Añadió el oro que faltaba para el triple trébol en los 100, 200 y 4x100. Nueve victorias, y en casi ninguna exigido por los rivales, ni tan siquiera en las dos últimas, donde Bolt ha sido humano, pero infinitamente mejor que los demás.

Su influencia ha permitido en los últimos años un cierto respiro al atletismo y a sus dirigentes. No han sido buenos tiempos para un deporte erosionado por el dopaje, la corrupción en la IAAF y su declinante relación con la audiencia televisiva. Bolt ha permanecido al margen de la crisis. Es un planeta en sí mismo. Por desgracia, el atletismo no ha aprovechado todas las posibilidades que proporciona una figura de semejante calibre, más aún si coincide con dos genios de la pista como el sudafricano Wayde Van Niekerk y el keniano Rudisha.

Bolt, Van Niekerk y Rudisha tiene muchas cosas en común. Una de ellas no tiene precedentes en la historia del atletismo. Han batido récords mundiales —100, 200, 400 y 800 metros— en finales olímpicas y son los últimos vencedores en los Juegos de Río. Obligan a pensar en las posibilidades que tendría algún tipo de enfrentamiento entre ellos, en situaciones que favorecieran duelos que devolvieran al atletismo el fervor popular perdido. No sería la primera vez. En peores circunstancias, el canadiense Ben Johnson­ y el estadounidense Michael Johnson se enfrentaron en una carrera de 150 metros que se disputó en Toronto. Eran tiempos de bonanza. Esta es una época delicada del atletismo que requiere menos rigidez y más aventura.